El sello de piedra by Laura Avila

El sello de piedra by Laura Avila

autor:Laura Avila
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ebook, Novedad, Abril, El sello de piedra, Laura Avila, Ilustraciones, Leicia Gotlibowski, Planeta, Lector, Juan Manuel de Rosas, regalo, cumpleaños, artefacto explosivo, estallido, atentado, autor del atentado, Rufina, Marc, Lucio, investigación, Confederación, resolución, problemas, enigmas, verdad, Farolero, Los músicos del 8
editor: Planetalector Argentina
publicado: 2020-04-09T00:00:00+00:00


9- En español, «señorita».

DONDE APARECE EL TÍO ESTEBAN

Lucio se despertó primero. El cuerpo le picaba. Se miró los brazos y los descubrió rojos y sensibles por todo el sol que había tomado en la víspera.

Se levantó con los pelos parados, abrió la puerta del galpón y se fue a usar la letrina.

Rufina lo descubrió cuando salía, en el aire gris de la madrugada, atándose los pantalones. El chaleco parecía una musculosa. Alterada, corrió hasta él y lo metió de un empujón en el cobertizo.

—¡Nadie tiene que verlos! —lo retó nerviosa. Llevaba una canasta muy parecida a la que tenía el día del atentado.

Lucio la miró parpadeando.

—Tengo hambre.

Marc se removió en el colchón y se despertó. Rufina lo apuró para ordenar todo en su sitio original.

—Saldremos a la cuenta de tres.

Sin esperar respuesta, contó y abrió de una patada el cobertizo.

Lucio tomó su telescopio y Marc su morral. Los tres corrieron callados.

Marc notó que todos los cuartos de esa casa mayombé daban al patio por el que corrían. Cualquiera que se asomara por esas ventanas de marcos rojos los podría ver. Corrió con más fuerzas, con ganas sinceras de no meter en problemas a Rufina. Por suerte, llegaron a la salida antes de que se despertara algún inquilino de Amelia.

Cuando ganaron la calle cantaron los gallos y Marc sintió el primer frío de ese otoño de 1841.

Rufina vestía su falda, su pañuelo y su blusa de siempre. Estaba muy bella, pero sus ojeras indicaban que había pasado una mala noche.

—¿A dónde vamos? —preguntó Lucio, que todavía estaba medio dormido.

Rufina llegó hasta una callecita sin salida y por fin se detuvo a comunicarle sus nuevas.

—Anoche, después de que los dejé en el galpón, estuve hablando con mi madre —comenzó—. Cuando me fui del candombe, Félix la agarró y le contó su versión del atentado. Ahora mi nación corre peligro.

Marc no entendía nada.

—Mais pourquoi? (10)

A Rufina se le quebró la voz y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Por mí, Marc. Félix quiere culparme.

Las lágrimas brillaron en los ojos negros de la muchacha, pero no llegó a verterlas. Se rehízo y miró a Marc a la cara.

—Félix le dijo que encontraron correspondencia de unitarios en su taller. Cartas entre su abuelo y los exiliados de Montevideo.

Marc frunció las cejas.

—Bien sûr, ellos son nuestros clientes…

—Pero esas cartas hablan mal de nuestro Restaurador —dijo ella, herida.

A Marc lo invadió una sorda rebeldía.

—Hablar no es un delito. Y Rosas no es ningún santo.

Rufina y Lucio lo contemplaron alelados. Marc levantó las manos y las dejó caer, fastidiado.

—¡Digo la verdad! Es un gobernador poderoso pero nada más. Y nosotros hacemos litografías, no conspiramos contra él por quejarnos de lo que hace mal.

Rufina sintió que volvían sus ganas de llorar.

—Félix le dijo a mi madre que usted y yo nos entendíamos. Y también lo acusó de raptar a Lucio. En estos momentos lo busca toda la Mazorca.

Marc estaba rabioso.

—Que se vuelvan contra mí, es lógico. Soy francés. Pero contra usted…

—No entiende. Félix quiere encarcelar a mi madre para quedarse con las finanzas de la nación mayombé.



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