El sótano del amor eterno by Javier Casino

El sótano del amor eterno by Javier Casino

autor:Javier Casino
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 2015-09-21T22:00:00+00:00


Tuve que irme a atender un alma en pena. Sé todo lo buena que puedas resistir y todo lo mala que puedas contenerte.

Episodio décimo noveno

Comerciar con las fantasías sexuales no es sino la manera que ha inventado la naturaleza para garantizar la reproducción de los primates

Adquirida la maza, que compró, no sin tener que lidiar con los habituales problemas de comunicación, en la ferretería del pueblo, Samuel desestimó el ofrecimiento de Prucio, para sorpresa de este, de acompañarlo en la odisea.

El ferretero no se esperaba una negativa al respecto. Desde luego, no quería que su nuevo cliente rompiera el tabique, pero tampoco se le ocurrían en ese momento argumentos para hacerle cambiar de idea sin alarmarlo. Por otra parte, no consideraba a Samuel un hombre con valor. Un hombre capaz de enfrentarse a sus miedos solo. Por lo que, en el fondo, confiaba en que, antes de dar el primer golpe, se rendiría. Aun así, cruzó los dedos con la esperanza de que su intuición no fuera desacertada. Samuel, por su parte, partió hacia su casa con el plano en el bolsillo y con la maza en la mano izquierda. No era que fuese zurdo, pero había escuchado que utilizar la mano izquierda agilizaba no sé qué parte del cerebro y que nos hacía más hábiles en nuestra capacidad motora. No eran todavía las doce del mediodía y estaba pasando justo por delante de la casa de la valla azul cuando pensó en informar de su empresa a su vecina. No le importaría que ella lo acompañara. ¿Lo haría desnuda?

Observó que la puerta ya estaba entreabierta y fue decidido hacia ella. Dio un pequeño golpe con la aldaba en forma de barca para anunciar su llegada y se adentró en aquellas escaleras angostas y en el túnel aciago. Al llegar a la habitación donde la chica moldeaba sus figuras, vio que estaba vacía. No habían pasado ni trece segundos cuando ella apareció por una de las múltiples puertas que rodeaban el recinto y que cerró tras de sí con mimo y como conservando la intimidad y santidad del lugar en el que había estado hasta hacía un segundo.

—Perdona, tal vez te he pillado en mal momento... —se disculpó Samuel.

—No, no te preocupes... —dijo ella tan feliz como siempre.

Seguía desnuda. Con salpicaduras de barro adornando aquel cuerpo tan perfecto. Samuel sintió deseo de limpiarla a lengüetazos. Al principio aquellos impulsos le pasaban también con Alejanía; no de limpiarla, pero sí de empaparla de su saliva. ¿Qué demonios había pasado para que luego se le metiera en la cabeza aquella maldita idea de que si abusaban del sexo terminaría por aborrecerlo antes de tiempo? Ahora se daba cuenta de lo estúpidamente que había estado dosificando las hambres del instinto en pro de la razón. Y de que esa manera de actuar, además de absurda, lo privaba de la vida misma para posponer algo que en ese momento le apetecía. ¿Cómo había sido tan imbécil? Era como no comer para tener más hambre después.



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