El periodista y el asesino by Janet Malcolm

El periodista y el asesino by Janet Malcolm

autor:Janet Malcolm [Malcolm, Janet]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 1990-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Unas semanas después, en un día nublado me dirigí en automóvil a Long Island para ver a Bob Keeler en su oficina del Newsday. Era un hombre de hablar seguro, de unos cuarenta y tres años, con una incipiente calvicie y un contorno ligeramente blando que le daba un aire de franqueza y falta de pretensiones. Me dijo que había cubierto el caso MacDonald para Newsday desde 1973 y que aproximadamente un año antes del juicio criminal había decidido escribir un libro sobre ese caso, «una especie de libro imparcial que no trataría exclusivamente de una parte o la otra, sino un libro periodístico, equilibrado y objetivo». En la época en que se desarrolló el juicio, Keeler había presentado un plan general y una muestra de capítulos a Doubleday con la esperanza de que le firmaran un contrato después del juicio. Desgraciadamente para Keeler, el editor con el que McGinniss había firmado contrato era Dell, una empresa subsidiaria de Doubleday, lo cual puso término a las posibilidades de Keeler.

«Tuvo usted mala suerte», dije. «Si McGinniss no hubiera estado en el negocio…».

«No, habría ocurrido cualquier otra cosa», estalló Keeler. «Cuando se trata de dinero, tengo una suerte atroz. No soy rico. Tengo mi sueldo y me las compongo y hasta tengo una bonita casa. Pero no soy una de esas personas que alguna vez llega a ser rico. De todas maneras decidí seguir adelante y escribir mi libro mientras trataba de encontrar algún otro editor. En aquel momento pensaba yo que Joe iba a escribir un libro sobre el inocente y torturado Jeffrey y no creía que ese debería ser el único libro sobre el caso porque yo no pensaba que Jeffrey fuera inocente. Pero al pasar el tiempo me di cuenta de que mi libro no sería publicado y de que todos mis esfuerzos, las docenas y docenas de horas invertidas en el proyecto, habían sido en vano. Y cuando advertí que tampoco McGinniss creía que Jeffrey fuera inocente, comencé a entregarle a Joe material que había reunido en Long Island. Deseaba ayudarlo de alguna manera a fin de que —supongo que egoístamente— yo tuviera cierta participación en el libro, aunque este no fuera mío».

«Eso fue muy generoso de su parte», dije.

«Bueno, lo cierto es que en aquella época yo no tenía nada que perder. Poseía toda esa información que había reunido con un objeto que ya no existía. ¿Qué iba a hacer pues? ¿Dejar ese material en un cajón? Si aquel muchacho estaba escribiendo el libro que sería veraz, yo podía ayudarlo de alguna manera. Luego llegó el momento en que MacDonald o uno de los secuaces de MacDonald me envió un fajo de cartas que McGinniss le había escrito. Fue entonces cuando comencé a desconfiar un poco de Joe. Usted vio lo que decían esas cartas: “No hable usted con Keeler». Esto me pareció demasiado. No había posibilidad de que yo publicara mi libro. Y tocante a las cartas había también otras cosas, esos fingidos sentimientos de “¡Oh, qué terrible es que esté usted alejado y qué terrible injusticia!”.



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