El paraíso de las fieras by Ralph Barby

El paraíso de las fieras by Ralph Barby

autor:Ralph Barby
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Novela
publicado: 1977-10-31T23:00:00+00:00


CAPÍTULO VI

Cuando Sandra comenzó a despertar, se sintió como algodonada. Tenía un ligero dolor de cabeza y su mente estaba poco clara, incluso su visión era borrosa. Sentía el paladar seco, tenía sed.

Trataba de recordar lo que había sucedido, qué le ocurría y dónde estaba, pero al intentarlo, su dolor de cabeza aumentaba y sus sienes eran oprimidas como por punzones de acero que penetraban en el interior de su cráneo, torturándola.

Una extraña voluptuosidad que hacia presa en todo su cuerpo, la incitaba a tomar la posición fetal sobre el lecho en que se hallaba.

—No, no, tengo que levantarme, tengo que levantarme —se dijo.

La temperatura ambiental era más bien cálida y nada la cubría sobre la cama. No llevaba siquiera reloj ni un anillo, nada. Se incorporó perezosamente sobre ¡a cama y en un ángulo de la habitación descubrió a la mujer tailandesa. Esta la observaba en silencio, fumando parsimoniosamente con una larga boquilla.

Sandra debió considerar como algo normal la presencia de la oriental dentro de la confusión que reinaba en su mente, pues no le dijo nada.

Se separó de la cama y se acercó a un gran espejo en el que se contempló, como tratando de reconocerse. No parecía la misma; tenía la impresión de haber entrado en el cuerpo de otra mujer y lo curioso es que carecía de la energía suficiente para rebelarse.

Sus cabellos estaban muy cepillados y como esponjados, dando la impresión de que su pelo era más abundante y el color más rojo y luminoso.

Le habían pintado las cejas con mucho cuidado, alargándolas. Sus párpados estaban maquillados de un intenso verde turquesa fosforescente y los labios también habían sido pintados con un aire casi rasgado en las comisuras, de un rojo vivo y brillante que realzaba su boca, haciéndola más carnosa y jugosa.

Toda su piel había sido frotada con alguna crema o aceite que la hacía brillar. Las aréolas de sus pechos parecían más grandes y se hallaban coloreadas en fuerte color fresa que realzaba sobremanera las cúspides de sus senos altos, turgentes y llenos. En su vientre habían pintado un gran ojo cuyo iris era el propio ombligo y por su espalda, desde los hombros hasta los muslos, había rayas de colores que erotizaban su figura.

Sandra se observaba, se escrutaba, se palpaba con sus manos sin comprender.

Parecía que la estuvieran preparando para un ritual o un espectáculo.

Cuando quiso darse cuenta, a su lado estaba la tailandesa que siempre mantenía una media sonrisa, una enigmática y débil sonrisa, difícil de descifrar.

—Eres muy hermosa, Sandra.

Sandra suspiró levemente, entre sus labios separados, apenas. La tailandesa le pasó la mano por la piel haciendo que Sandra se estremeciera como si, de pronto, sintiera frío. No sabía si la oriental la admiraba a ella o a su obra, porque ahora estaba segura de que la culpable de toda aquella transformación estética era la oriental de edad indefinida.

La tailandesa quitó la punta del cigarrillo consumido de su boquilla y puso otro, cuyo papel de envoltura era de color ocre. Lo encendió y tras darle le primera chupada, puso la boquilla entre los labios de Sandra.



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