El jinete del silencio by Gonzalo Giner

El jinete del silencio by Gonzalo Giner

autor:Gonzalo Giner [Giner, Gonzalo]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
publicado: 2011-05-26T16:00:00+00:00


XIX

En la bocana del puerto más importante de Jamaica, Camilo y Yago observaban los dos galeones de guerra que formarían la escolta de una carraca que iba a transportar en sus bodegas una gran cantidad de oro para el Rey, un flete organizado y financiado por el administrador de la isla en pago por su titularidad definitiva.

En aquella embarcación tan protegida y a solo dos días de partir, Camilo pretendía volver a Sanlúcar después de haber comprado los pasajes a un precio desorbitado, dado que aquel no era barco de pasajeros y su capitán supo cobrarse la urgencia que llevaban. A Camilo le pareció un abuso, pero no estaba en condiciones de perder la oportunidad de salir de la isla después de haberse salvado de milagro de los brutales cazadores de esclavos y de sentir la amenazante y oscura sombra de Blasco Méndez de Figueroa.

Preocupado por la falta de noticias sobre Fabián, Camilo ponía todas sus esperanzas en verlo de vuelta antes de levar anclas, pero para su desesperanza el guarda no aparecía.

Tampoco supo cómo le estaría yendo a Volker.

Enterraron a Hiasy en la montaña, y Yago la lloró mucho, tanto que a pesar de los días que habían pasado desde entonces, aún seguía fuertemente impresionado por su muerte y había dejado de hablar.

Cuando Camilo se despidió de Volker, a medio camino entre la montaña azul y la costa, estaban convencidos de que se verían pronto en el puerto. Tanto fue así que el alemán tomó dirección hacia el monasterio para recoger a Carmen y Camilo se quedó encargado de comprar cuatro pasajes para su vuelta a España, pero pasaba el tiempo y tampoco sabía nada de ellos.

Camilo agotaba las horas viendo cómo se cargaban los barcos, sobre todo la carraca con el preciado oro que una vez dentro fue protegido día y noche por la guardia armada del gobernador. A su lado estaba siempre Yago, aunque la verdad es que no sabía dónde estaba su pensamiento. Desde la desgraciada muerte de Hiasy el muchacho había caído en un profundo aislamiento, apenas comía, y se pasaba las horas mirando a la montaña azul o al horizonte marino, con una expresión vacía y el alma profundamente herida.

Estuvieron esperando al alemán y al guarda hasta el último momento, pero en cuanto soltaron amarras y el barco empezó a moverse tuvieron que embarcar.

Zarparon con buen tiempo.

Cuando el gran velamen de la carraca empezaba a hincharse y la proa comenzó a tomar rumbo a alta mar, con el puerto a sus espaldas, se escuchó un fuerte vocerío y el ruido de numerosos cascos que rompían la piedra de los muelles. Por un callejón que unía el pueblo con la explanada del puerto aparecieron en tropel un grupo de hombres encabezados por uno que vestía de negro e iba sobre un caballo casi azulado. Camilo reconoció a Blasco, y Yago supo que Azul era el caballo que montaba. Al verlo le gritó con toda su alma.

El animal reconoció su voz, estiró las orejas y cabeceó hasta localizarlo.



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