El jardín del diablo by Burton Hare

El jardín del diablo by Burton Hare

autor:Burton Hare [Hare, Burton]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1974-12-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

—Nadie quiere tocarlos —refunfuñó Goskin—. Ni siquiera para llevarlos otra vez al cementerio.

—Se me ocurre que la gente de este pueblo son algo muy especial… Clark tenía razón por lo que veo.

—Algo hay que hacer, Lee. Me dan grima esos cuerpos tirados en la oficina.

—Si alguien nos presta un carro, podríamos sacarlos nosotros de aquí.

El anciano se rascó la nuca. Llevaba el cuello cubierto por los vendajes y su rostro aparecía lívido y macilento.

Bajo la luz del sol, la pesadilla de la noche anterior parecía algo remoto. No obstante, los cadáveres que esperaban eran una prueba palpable de que no había sido una simple pesadilla lo acaecido en aquellas horas tensas y terribles.

Y por si a alguien le hubiese quedado alguna duda, ahí estaba el cuello de Goskin.

—Lo intentaré —refunfuñó—. Roper, el carpintero, deberá ayudarnos. Él tiene un carro y además fabrica los ataúdes.

—Debe hacer buen negocio en estos últimos tiempos. —Celebro que conserve usted el humor. Lee. Quédese aquí cuidando de las chicas mientras yo voy a la carpintería para hablar con Roper.

Al quedar solo, Frank se sirvió otra taza de café. Oía a las muchachas trastear arriba y eso le tranquilizaba.

Fumó el último cigarrillo del paquete saboreando el café a pequeños sorbos. De entre el caos que era su mente no logró un solo pensamiento constructivo, ni una idea lógica.

Levantándose, fue hacia la oficina. Los dos cuerpos arrinconados a un lado de la puerta no tenían ahora un aspecto tan terrible como durante la noche.

Asomándose a la calle, comprobó una vez más que estaba desierta.

Media hora más tarde oyó el chirriar de unas ruedas y Goskin apareció montado en un carro tirado por un viejo caballo. Junto al anciano se sentaba el carpintero.

El carro se detuvo delante de la puerta. Llevaban un ataúd cerrado en él.

—Es Thelma —explicó Goskin—. Me ha costado sudar sangre para convencer a Roper.

El carpintero asomó la cabeza por la puerta. Cuando comprobó que los cuerpos que estaban tirados allí eran realmente los de quienes ya fueran enterrados días atrás por poco no se cayó de espaldas.

—Eso es cosa del demonio —balbuceó—, ¿qué podemos hacer, Goskin?

—De momento, sacarlos de aquí —dijo Lee—. Si hubiera una cámara frigorífica, habrían de conservarlos para una posterior encuesta, pero…

—Aquí no tenemos nada de eso, ni siquiera hielo. Hay que sepultarlos otra vez —suspiró el anciano.

Diana y Alice aparecieron entonces. Frank no pudo por menos que admirar la serena belleza de Diana y lamentó haberla conocido en aquellas trágicas circunstancias.

—Usted Roper ayúdeme a cargarlos en su carro.

—¡Yo no pongo las manos encima de esos… esas cosas!

—¿Qué cuernos? No son más que cadáveres…

—También lo eran la otra vez. Y aquí los tiene usted…

Frank suspiró.

—Muy bien, entonces, apártese de ahí…

Uno tras otro cargó los cuerpos en el carro sin ningún miramiento, dejándolos al lado del ataúd.

—Listo —gruñó—. Ya podemos llevarlos a donde deben estar.

Goskin murmuró:

—No quiero dejar solas a las chicas, Lee.

—Ellas pueden acompañamos. Le necesito a usted en el cementerio.

Se convino así y las dos muchachas se colocaron a su lado cuando la patética comitiva se puso en marcha.



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