El gran despertar by Julia Armfield

El gran despertar by Julia Armfield

autor:Julia Armfield [Armfield, Julia]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9789874063816
editor: Sigilo Editorial
publicado: 2021-02-14T00:00:00+00:00


11

Ociosa en el micro, con un dedo entre dos páginas de un libro, Ava le pregunta a Mona si cuando lleguen a Cardiff le gustaría ir de nuevo a un hotel. Están todas un poco cansadas, bajas de cafeína. Hace dos días hubo alguna avería en el filtro de café y apenas a tiempo se dieron cuenta de que casi todas habían llenado las tazas con sangre. Mona se deja caer sentada junto a Ava, asiente vagamente y le aprieta la mano libre. Catherine va y viene por el pasillo, estirando las piernas hacia adelante, y gime cada vez que rótulas y tobillos le crujen. Las de iluminación juegan a la canasta y beben cerveza de jengibre en una mesa delante de la cerrada cortina negra.

En ruta al próximo lugar, rodeadas todas del estruendoso runrún del micro, Ava lee y tuerce los dedos en los agujeros de los jeans de Mona. Mona solo la escucha remotamente porque está pensando en la llamada de su madre y cavila sobre el tono de la voz: tenso, como muy estirado sobre algo oculto. Ladea la cabeza tratando de enfocar la mente en el momento en que decidió seguir a la banda, moverse de veras y unirse al equipo. Se acuerda, por supuesto, de la primera vez que las escuchó, la sensación de apertura, la sacudida. Cierra los ojos recuperando el pequeño episodio sangriento. Años atrás, una manta de pícnic abierta en el garaje de su padre, el polvo y las piernas como palitos, y ella quitándose la camisa mientras el chico de la casa de enfrente jugueteaba con la radio. Algo arisco y masculino. Escucha esto, y le mordió el cuello tan fuerte que le rompió el collar y las cuentas rodaron entre los dos. Ella dejó que la diera vuelta, gimió y se estremeció como sabía que debía hacer, y entonces hubo un cambio de canal espontáneo, la música se transformó en otra cosa, algo vampiresco e incitante, como si de la radio salieran dedos seductores, y ella se encendió. Costillas abiertas a la fuerza, tirones de la columna, mal, para arrancársela de lo hondo del pecho. Poniéndolo boca arriba de un empujón, movió las manos por los brazos de él, por el pecho y los hombros y al fin los apoyó en la garganta, donde abrió los dedos en abanico y presionó hasta sentir que algo cedía. La música se erizó en un estribillo y ella se inclinó hacia adelante como si hundiera los hombros en agua, consciente de la forma de su propia boca, a la vez blanda y viciosa, el preludio de un mordisco.

También recuerda la falta de epílogo, el nulo espacio intermedio en que se convirtió cada rendija entre una canción y otra, cada espera entre escuchar un cedé y poder ponerlo de nuevo, cada año desde que las descubrió hasta que al fin se unió a ellas en la gira.



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