El francotirador by Philip Kerr

El francotirador by Philip Kerr

autor:Philip Kerr [Kerr, Philip]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1999-11-13T00:00:00+00:00


* * *

En cuanto estuvo en su habitación del Georgetown Marbury, en Washington, Nimmo cogió el teléfono y marcó el NA 8-1414. Tal y como había solicitado, la centralita de la Casa Blanca transmitió la llamada a Murray Weintraub, en el Ala Este de la Mansión Ejecutiva. Mientras esperaba la conexión, Nimmo miraba por la ventana de su habitación, confortable pero un tanto melancólica, el patio del hotel y el Canal Chesapeake-Ohio, que estaba justo al lado. Georgetown le parecía un peso muerto sobre el alma. ¿Cómo podía alguien vivir en un sitio así?

Pasaron otros dos minutos. Giró el tapón de la botellita de whisky que tenía en las manos, se llevó la boca de cristal a los labios y apuró el contenido como si no fuera sino antiséptico bucal. Había algo tan de imitación, tan de baratija, en las botellas de alcohol en miniatura, como si fueran algo que bien podrías encontrar en una casa de muñecas gigante, que le costaba tomarlas en serio como verdaderos recipientes de alcohol, casi como si el efecto de aquellos espirituosos fuera en proporción al tamaño de la botella.

Cuando por fin Murray Weintraub se puso al teléfono, su conversación fue corta y directa.

—Estoy aquí —dijo Nimmo.

—Estupendo. Mi turno acaba a las diez. Nos vemos frente al Marbury a las diez y veinte.

El Georgetown Marbury era un hotel pequeño y de estilo colonial, es decir, de ladrillo rojo, como la mayor parte de Georgetown, y Weintraub estaba en la puerta de la calle M exactamente a la hora a la que habían quedado. Eran viejos amigos. El Servicio Secreto era parte del Departamento del Tesoro y antes de unirse al servicio presidencial, en 1952, Weintraub había trabajado en la oficina que el Servicio Secreto tenía en Nueva York, que era donde había conocido a Jimmy Nimmo. Juntos, Weintraub y el antiguo agente del FBI de la División de Actividades Especiales habían ayudado a resolver un importante caso de falsificaciones en el que estaban involucrados una serie de bancarios y, presuntamente, Albert Einstein. Hoover sospechaba que el físico había inventado una máquina capaz de producir copias perfectas de los billetes de dólar con el objetivo de tirar abajo el edificio del capitalismo estadounidense. Aquel no era sino otro de los muchos cargos absurdos que había en secreto contra Einstein y que Hoover había querido creer, pero que nadie había sido capaz de demostrar.

Era una noche húmeda y fría. Las calles de Georgetown, empedradas y bordeadas de árboles, cubiertas con las hojas de noviembre, resultaban resbaladizas. Ambos hombres llevaban calzado adecuado, una gabardina cálida y sombrero de fieltro.

A menudo se dice que los perros y sus dueños —o cualesquiera dos criaturas que vivan en simbiosis— se parecen el uno al otro. Aquello se cumplía con Murray Weintraub, que se parecía mucho al presidente Eisenhower —o, por lo menos, a ese Eisenhower más joven al que habían nombrado comandante supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada en 1943—. Weintraub tenía más pelo, un pelo rubio, la misma nariz ancha, orejas prominentes, la cara enrojecida y una boca larga.



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