El Enano Negro by Walter Scott

El Enano Negro by Walter Scott

autor:Walter Scott [Scott, Walter]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Aventuras, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1817-04-03T16:00:00+00:00


Capítulo XII

Unos dicen que por un camino y otros por otro. ¿Sabe alguien dónde podemos encontrarla?[1]

* * *

Las pesquisas que sobre el paradero de la señorita Vere (quizá para cubrir las apariencias) se realizaron el día siguiente concluyeron con idéntico fracaso. La partida de jinetes regresó a Ellieslaw al atardecer.

—Es raro —dijo Mareschal a Ratcliffe— que cuatro jinetes con una mujer prisionera hayan galopado por el campo sin dejar el menor rastro de su paso. Uno llega a pensar que han volado o han viajado por debajo de la tierra.

—A veces, entre los hombres ocurre eso —contestó Ratcliffe—. Llegan al conocimiento de lo que es tras descubrir lo que no es. Hemos rastreado todos los caminos, senderos y veredas que salen del castillo a todos los puntos cardinales, a excepción del dificultoso y agreste terreno que conduce al sur, hacia Westburn y los páramos.

—¿Por qué no lo hemos rastreado? —preguntó Mareschal.

—Oh, creo que el señor Vere podría contestarle mejor que yo —replicó con aspereza su interlocutor.

—Entonces, voy a preguntárselo inmediatamente —dijo Mareschal.

Se dirigió al señor Vere e inquirió:

—Hay un camino, que lleva a Westburnflat, que no hemos rastreado.

—¡Oh! —replicó sir Frederick, sonriendo—. Conocemos bien al propietario de Westburnflat, un hombre algo desaprensivo para quien no suele haber diferencia entre sus bienes propios y los de su vecino, pero siempre honrado y serio con sus superiores. Es incapaz de molestar a nadie que pertenezca a Ellieslaw.

—Además —añadió el señor Vere, dibujando una misteriosa sonrisa—, anoche tenía otro huso en la rueca. ¿No te has enterado de que la casa del joven Elliot de Heughfoot ardió y su ganado fue dispersado, porque se negó a entregar sus armas a unos cuantos hombres honestos que piensan apoyar al rey[2]?

Los presentes rieron satisfechos al enterarse de aquella hazaña que favorecía sus futuros proyectos.

—De todos modos —insistió Mareschal—, creo que deberíamos inspeccionar también en esa dirección, aunque solo fuese para que nadie nos pueda acusar de negligencia.

No era posible poner objeción alguna a aquella propuesta, y los reunidos decidieron dirigir sus caballos hacia Westburnflat.

No habían avanzado mucho, cuando oyeron el batir de cascos y, a los pocos segundos, distinguieron un reducido número de jinetes, avanzando hacia ellos.

—Ahí viene Earnscliff —exclamó Mareschal—. Conozco su bayo reluciente, con la estrella en el testuz.

—¡Y ahí, con él, está mi hija! —gritó indignado el señor Vere—. ¿Quién se atreve ahora a calificar mis sospechas de injuriosas y falsas? Señores, amigos, prestadme la asistencia de vuestras espadas para recuperar a mi hija.

Desenvainó su arma, y Frederick y algunos del grupo le imitaron, con intención de cargar contra el grupo de jinetes que avanzaba hacia ellos. Pero la mayoría dudó.

—Vienen hacia nosotros pacíficamente y sin intenciones hostiles —dijo Mareschal-Wells—. Dejemos que antes nos expliquen este misterioso asunto. Si la señorita Vere ha sufrido la más mínima vejación por parte de Earnscliff, seré el primero en vengarla. Pero oigamos lo que tienen que decir.

—Tus dudas y sospechas me hieren, Mareschal —siguió Vere—. Tú eres el último al que hubiese creído capaz de decir eso.



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