El descenso by Anna Kavan

El descenso by Anna Kavan

autor:Anna Kavan [Kavan, Anna]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1940-01-01T00:00:00+00:00


II

Tuve un amigo, un amante. ¿O acaso lo soñé? Hoy en día se me amontonan tantos sueños que apenas puedo discernir entre lo que es verdad y es mentira: sueños en los que la luz está presa en cuevas de mineral brillante; sueños calurosos y pesados; sueños de la Edad de Hielo; sueños como máquinas en la cabeza. Me acuesto entre la pared desnuda y la medicina amarga con su poso que aguarda en el diminuto vaso e intento recordar el sueño.

Me veo a mí misma caminando de la mano de alguien, un ser humano cuyo corazón y mente se habían convertido en los míos. Caminábamos juntos por muchas calles, bajo el sol, junto a viejos olivos, por colinas repletas del canto de las alondras, por calles en las que las gotas de lluvia caían de las hojas heladas. Entre nosotros había una comprensión sin reserva y una paz indestructibles. Yo, que había estado sola e incompleta, me sentía llena en ese momento. Nuestros pensamientos discurrían a la par, como dos galgos que poseen la misma agilidad; estaban unidos, en sintonía como una música perfecta.

Recuerdo una posada en algún pueblo del sur. Una crisis, olvidada desde hace mucho tiempo, había surgido en nuestras vidas. Solo recuerdo las llamas negras de los cipreses agitándose, el cielo tan duro como una plancha azul y mi propia confianza, serena, sólida, totalmente segura. «Todo lo que pueda pasar, mientras estemos juntos, no importa. Bajo ninguna circunstancia vamos a fallarnos, herirnos, hacernos mal alguno».

¿Quién describirá el lento y lamentable enfriamiento del corazón? ¿Qué día observas por primera vez la pequeñísima grieta que termina convirtiéndose en un abismo más profundo que el infierno?

Los años pasaron como los escalones de una escalera que lo único que hace es descender y descender.

No volví a caminar bajo el sol ni a escuchar a las alondras, como fuentes cristalinas, cantando en el cielo. Ninguna mano envolvía la mía en un cálido abrazo de amor. Mis pensamientos estaban solos de nuevo, desintegrados, discordantes: la música se había terminado. Viví sola en algunas habitaciones agradables, sintiendo cómo mi vida se me escurría sin rumbo en las tediosas horas: la vida de una vieja sirvienta se me escapó entre los dedos. Arreglé las flores en los jarrones.

Y aun así, de forma intermitente, lo vi, la compañía cuyo corazón y mente parecían haber crecido dentro de mí en cierta ocasión. Lo vi sin verlo, era el mismo y no lo era. Aún no podía creerme que estuviese todo perdido, sin posibilidad de salvación. Aún estaba convencida de que algún día el mundo cambiaría de color, que el telón se desgarraría y todo volvería a ser como era.

Pero ahora estoy acostada en una cama solitaria. Estoy débil y confusa. Mis músculos no me obedecen, mis pensamientos fluyen erráticamente, como hacen los animales pequeños cuando los arrinconan. Me han olvidado y estoy perdida.

Fue él quien me trajo a este lugar. Me llevó de la mano. Casi logré escuchar cómo se desgarraba el telón. Por primera vez en muchos meses descansamos juntos en paz.



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