El crash de 1929 by John Kenneth Galbraith

El crash de 1929 by John Kenneth Galbraith

autor:John Kenneth Galbraith [Galbraith, John Kenneth]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Referencia, Ciencias sociales, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1954-01-01T00:00:00+00:00


VI

Mas, al menos en Nueva York, el pánico pasó hacia el mediodía. Y es que entonces apareció por fin el sostén organizado.

A las doce en punto, es decir, una hora antes, los informadores dieron cuenta de que se había convocado una reunión en el número 23 de Wall Street (oficinas de J. P. Morgan and Company). Rápidamente se extendió la voz de quiénes eran las personas allí reunidas: Charles E. Mitchell, presidente del Consejo del National City Bank, Albert H. Wiggin, presidente del Chase National Bank, William C. Potter, presidente de la Guaranty Trust Company, Seward Prosser, presidente de las Bankers Trust Company, y el anfitrión, Thomas W. Lamont, el socio gerente de la banca Morgan. Según la leyenda, en tiempos del pánico de 1907 el viejo Morgan había resuelto la discusión sobre si convenía o no salvar la vacilante Trust Company of America diciendo que justamente aquél era el momento y lugar para detener el pánico. Efectivamente, éste se detuvo. Veintidós años más tarde volvía a representarse el mismo drama. El viejo Morgan había muerto y su hijo estaba en Europa. Pero habían surgido hombres igualmente resueltos que, además, eran los financieros más poderosos de la nación. Todavía no habían sido puestos en la picota ni censurados por los agitadores del New Deal. La simple noticia de su inminente intervención devolvería la confianza a los atemorizados ciudadanos que la habían perdido.

Y, en efecto, así ocurrió. En poco tiempo se tomó la decisión de aunar los recursos necesarios para sostener el mercado.[4] La reunión se disolvió y Thomas Lamont convocó a los periodistas. Según éstos informaron, el porte del conferenciante era serio, pero sus palabras tranquilizadoras. Especialmente, dijo a los periodistas lo siguiente —Frederick Lewis Allen consideró estas palabras como la declaración más sorprendentemente moderada de todos los tiempos—:[5] «La venta de valores en Bolsa ha sufrido un pequeño apuro». Añadió que esto se debía «a factores técnicos del mercado» más bien que a razones de fundamento, y terminó diciendo: «Las cosas son susceptibles de mejorar». Se autorizó propagar que los banqueros habían decidido restaurar la situación.

La noticia de que los banqueros estaban reunidos llegó pronto a la Bolsa y el ticker de noticias extendió las mágicas nuevas por doquier. Los precios se afianzaron inmediatamente y pronto comenzaron a subir. A la una y treinta minutos apareció Richard Whitney y se dirigió al corro del acero. Whitney era quizás la persona más conocida en los medios bursátiles. Pertenecía al grupo de hombres de intachable solvencia y singular educación de quienes, en aquel tiempo, se esperaba una administración eficiente de los asuntos de la Bolsa. Whitney era vicepresidente de la Bolsa, pero, en ausencia de E. H. H. Simmons —a la sazón en Hawai—, ejercía las funciones de presidente. Mas en aquellos momentos era mucho más importante su reconocida actividad como principal agente del clan Morgan; por lo demás, su hermano mayor era socio de este último.

Mientras avanzaba por entre la densa multitud Whitney aparecía complaciente y confiado —alguien más tarde calificó sus maneras de elegantes—.



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