El color del amor by Diana Palmer

El color del amor by Diana Palmer

autor:Diana Palmer
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2021-04-29T14:09:15+00:00


Capítulo 8

Maureen los despidió con la mano y Phillipe se rio mientras se alejaban en el Ferrari.

–Estaba deseando que nos fuéramos –le dijo a Jolana–. Pierre, mi conductor de reemplazo, es tremendamente guapo y además está soltero. Lo ha invitado a tomar unos cócteles esta noche.

–¡Ah! –exclamó Jolana riéndose.

Apoyó la cabeza en el respaldo y disfrutó del aire fresco que entraba por la ventana de Phillipe. Las vistas eran magníficas. Las siluetas de las palmeras se dibujaban contra el Mediterráneo bajo la luz deslumbrante de las farolas y algunos de los yates del muelle resplandecían con su profusa iluminación. Parecía un país de ensueño y algo totalmente distinto a Nueva York.

–Deberías ver los yates que hay en Niza –dijo él mientras conducían por la carretera de la costa–. Son mucho más grandes que estos.

–¿Ahí es donde tenéis el vuestro?

De pronto, Phillipe pareció triste.

–Oui. De momento –suspiró–. No es tan grande como el que teníamos antes. Al igual que Maureen, echo de menos los viejos tiempos, cuando nuestra madre vivía, antes de que se perdiera gran parte de la fortuna de la familia. Un Ferrari, por muy maravilloso que sea, no es un Rolls-Royce.

Jolana sintió una punzada de culpabilidad.

–Phillipe, si os van mal las cosas ahora mismo, dejadme ayudar. Al menos podría pagar mi alojamiento y mi…

–¡Jolana! –exclamó él atónito. Se detuvo a un lado de la carretera, en un aparcamiento pequeño y desierto, y apagó el motor. Cuando se giró hacia ella, su mirada estaba oscura de preocupación–. Petite, me has malinterpretado. Que no pueda permitirme un Rolls-Royce no significa que deba limitar mis compañías a invitados que se paguen sus gastos –se rio–. Lo único que quería decir era que ya no pertenecemos a la clase de los megarricos como los árabes que hay ahora por todas partes del sur de Francia. Tenemos una situación más que acomodada, pero eso no quita que ganar premios en las distintas competiciones ayude –confesó.

–¿Y también lo que ganas en las mesas de juego? –le preguntó ella con astucia.

Él se encogió de hombros.

–De cualquier modo, no tienes que pagar por tu estancia.

Jolana le sonrió.

–Pero lo haría. No te imaginas lo maravilloso que es para mí estar aquí con Maureen y contigo. Creo que no estaría viva ahora mismo si no fuera por vosotros dos.

No había pretendido decirlo. Y por supuesto, él no lo pasó por alto. Estiró el brazo sobre el respaldo del asiento y la miró, muy serio.

–Es la segunda vez que dices eso. ¿Me estás ocultando algo, petite?

Ella bajó la mirada hacia sus manos, posadas sobre su vestido de punto beis.

–Me tomé una sobredosis accidental de sedantes –dijo al momento. Con Phillipe se sentía segura, como si pudiera contarle cualquier cosa–. Estaba tan angustiada por haber perdido al hombre que amo que no me di cuenta de lo que hice. Mezclé alcohol con sedantes. Tuve suerte de que un amigo me encontrara a tiempo.

Él contuvo el aliento.

–Mon ange, ningún hombre vale más que tu dulce vida –le agarró la mano y se la llevó al pecho–.



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