El bosque sabe tu nombre by Alaitz Leceaga

El bosque sabe tu nombre by Alaitz Leceaga

autor:Alaitz Leceaga [Leceaga, Alaitz]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Fantástico, Realista, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2018-05-23T16:00:00+00:00


VIENTO DE FUEGO

La misma tarde en que regresamos al rancho hice brotar petróleo bajo la tierra naranja de Las Ánimas. De haber sido por mí, lo hubiera hecho nada más llegar a casa desde la estación de tren en San Bernardino, pero estaba tan cansada del viaje que, a pesar de que el tiempo jugaba en nuestra contra, dormí hasta casi la puesta de sol.

Mason no regresó al rancho conmigo, se quedó en San Bernardino esa tarde para reunirse con el contable de la familia. No habíamos encontrado ningún socio en nuestro viaje a Los Ángeles, tal y como yo le había avisado. Ninguno de los hombres disfrazados de vaquero que bebían en el salón principal del hotel Ambassador había estado interesado en invertir su dinero en el rancho. Volvimos a casa con las manos vacías y Mason apenas me dirigió la palabra en las tres horas que duró el viaje de vuelta hasta el valle: se limitó a mirar el paisaje al otro lado de la ventanilla con gesto desconsolado y a soltar algún suspiro de vez en cuando. Podía ver en sus ojos azules que no tenía ni idea de qué hacer para salvar su rancho.

Cuando desperté, las cigarras llenaban el silencio del valle fuera de la casa principal. Me vestí deprisa con uno de los vestidos largos de la abuela Soledad, me recogí mi larguísima melena negra para que el pelo no me diera calor y salí a buscar a Valentina.

Por las tardes, los días antes de que llegara el verano y se volviera imposible pasear por el valle hasta después de la puesta del sol, Valentina solía recorrer la vieja cerca de madera que rodeaba la zona de los establos de los animales para asegurarse de que todo estaba bien cerrado y de que las vacas no tenían forma de escapar. Eso era al menos lo que ella decía; yo intuía que en realidad le gustaba pasear por la finca al atardecer para ver cómo el suelo naranja cambiaba de color al esconderse el sol y el aire se volvía fresco y respirable por fin después de todo un día de fuego.

—Había oído que ya estabais de vuelta —me dijo sin volverse para mirarme cuando me escuchó acercarme—. ¿Qué tal el viaje? Ya me imagino que no muy bien.

Las sombras empezaban a alargarse sobre el suelo polvoriento, incluida la de Valentina, que estaba apoyada en la cerca mirando al horizonte.

—No hemos encontrado a nadie que quiera ser nuestro socio.

—No me extraña, era una porquería de plan, y además desesperado. Solo a un memo se lo ocurriría darle su dinero a un completo inútil como Mason Campbell —respondió. Justo después se volvió para mirarme por fin—. ¿Y ahora qué va a pasar? ¿Nos echarán de aquí sin más?

Aunque ninguno de los hombres que trabajaban a las órdenes de Valentina estaba cerca, caminé hasta ella para asegurarme de que el viento del desierto no llevaba nuestra conversación hasta oídos indiscretos.

—No si yo puedo evitarlo. Tengo una idea para salvar el rancho, pero no te va a gustar… —empecé a decir—.



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