El ajedrecista by Esteban Navarro

El ajedrecista by Esteban Navarro

autor:Esteban Navarro [Navarro, Esteban]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2019-12-02T16:00:00+00:00


31. La cuna

—No aguanto más los ronquidos. No puedo dormir y no dormir me pone de mala leche —le recrimina Ángela a su marido.

Sergio fuma un paquete al día, y eso se transmite en un aumento de los ronquidos nocturnos. Ángela no lo soporta y, aunque comprende que no es culpa suya, dice que de seguir así, sin dormir, acabarán mal. Los dos están muy nerviosos y discuten con facilidad sin necesidad de un pretexto previo.

Una solución que encuentran es la de que Sergio se vaya a dormir a la habitación del niño. A él le parece buena idea, pero es cierto que le horroriza dormir en el mismo sitio donde está esa cuna sacada de una película de vampiros.

—No sé por qué conservamos esa cuna, deberíamos tirarla al contenedor de la basura.

—Qué mal negociante eres —expele Ángela con un tono de voz desagradable—. No hay que ser ningún anticuario para vislumbrar que esa cuna valdrá lo suyo. Lo mejor es esperar a que Aurora fallezca y venderla en una web de objetos de segunda mano. Seguro que le sacamos un buen pellizco.

—Pues la podríamos vender ya.

—No. Todo a su tiempo.

Una mañana de domingo trasladan la cuna al trastero. Hacen tanto ruido que terminan por molestar a la totalidad de los vecinos. A su paso por la primera planta se topan de bruces con una mujer entrada en años y con la cabeza totalmente afeitada. La mujer saluda sonriendo.

—Buenos días.

—Perdón por el ruido —se excusa Ángela—, pero no hemos encontrado otra forma de bajar este trasto al trastero —señala la cuna.

Es preciosa —admite la mujer—. Hacía mucho tiempo que no veía una de esas.

Por el parecido saben que esa señora es hermana de la vecina del primero derecha, Giselda Barros.

—Estaba en el piso cuando lo compramos —menciona Ángela—. No queremos tirarla, porque nos parece una buena cuna. Pero la dejaremos en el trastero para que no estorbe.

—¿Necesitáis ayuda?

—No se moleste, señora…

—Me llamo Elisa Barros —dice sonriendo—. Soy la hermana de Giselda. —No puede evitar que asome una pizca de coquetería—. Y de verdad que no me importa ayudaros en el traslado de esa cuna.

—No, de verdad —rechaza de nuevo Ángela—. Ya nos apañamos nosotros solos.

La mujer regresa al interior del piso y el matrimonio continúa transportando la cuna. Durante la bajada choca con la puerta del vestíbulo principal y contra la barandilla. Luego se da varios golpes más contra la pared del sótano y finalmente astilla la puerta del propio trastero al chocar contra ella. Pese a los golpes, la cuna sigue aparentemente intacta.

—Buf —resoplan los dos a la vez.

Sergio abre con dificultad la puerta del trastero y busca con la mirada un hueco donde pueda encajar la cuna sin impedir el paso de entrada y salida y sin que pueda dañar los otros muebles, en el supuesto de que se vuelque. Advierte que apenas hay sitio donde colocarla, pero supone que el baúl, que habían desplazado unos días antes, bien puede soportar el peso de la cuna, sin doblarse.



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