Dos princesas sin miedo by Gail Carson Levine

Dos princesas sin miedo by Gail Carson Levine

autor:Gail Carson Levine [Levine, Gail Carson]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2000-12-31T16:00:00+00:00


18

Bella nos había enseñado muchas cosas sobre los dragones, y Meryl estudiaba minuciosamente libros que trataban de ellos en la biblioteca de padre. Se sabía que sus expediciones de caza duraban un día, y que durante las mismas atacaban caballos, vacas, cabras, ovejas y, cuando se lo pedía el cuerpo, personas. Por lo general se atiborraban rápidamente de ganado, y los propietarios de los animales no encontraban más que los huesos. Sin embargo, nunca aparecían restos humanos, y en más de una ocasión se había visto a un dragón llevarse volando a un prisionero, sujetándolo con la cola. Creíamos que jugueteaban con los cautivos, a veces durante meses, antes de matarlos. En el Drualdo, el héroe rescata a una doncella después de matar al dragón Yune, y la muchacha queda aturdida y medio muerta como consecuencia de cinco semanas de tormento.

Cuando no estaban cazando, los dragones dormían mucho, pero también se dedicaban a examinar sus tesoros robados y los huesos de sus víctimas, sopesando, contando, contemplando. Yo no sabía qué más hacían, si recitar poesía, cantar o tallar las patas de las sillas.

Pero lo que sí sabía era que jamás sería capaz de vencer a un dragón en combate. Mi única esperanza residía en tenderle una trampa. Pero ¿cómo iba a engañar a una criatura conocida por su astucia? Estuve pensando en ello mientras transcurría la mañana.

Al fin se me ocurrió una idea. Entraría en la guarida de un dragón mientras estuviese durmiendo o de cacería. Me quedaría quieta, con las botas de siete leguas puestas —procurando no tambalearme—, esperando a que el dragón despertase o regresara. En cuanto lo hiciera, le diría que estaba dispuesta a morir a cambio de la información, y le pediría que me revelase el remedio para la Fiebre Gris. El dragón me creería atrapada, y seguramente me lo diría. En cuanto pronunciase las palabras, yo daría un paso y me esfumaría de allí.

Parecía sencillo.

Saqué el mapa del desierto del oeste. Había pocos lugares señalados: un oasis cercano al límite septentrional del desierto, otro en la zona central y las guaridas de tres dragones. Una de ellas, marcada con el nombre Kih, estaba a unos treinta kilómetros de nuestra frontera occidental con el reino de Pevir. Otra, con una indicación que decía Jafe, se encontraba al sudeste de la primera, a unos ciento cincuenta kilómetros. La tercera se hallaba hacia el centro del desierto, no muy lejos de uno de los oasis. Llevaba el nombre Vollys, que era como se llamaba el dragón hembra que había bajado en picado para llevarse a un campesino el año anterior. Era la misma bestia que Meryl deseaba matar, la misma cuyos huevos Meryl deseaba comerse.

Alcé el catalejo para orientarlo hacia el desierto, pero mi brazo tenía otras intenciones y lo enfocó hacia el castillo de Bamarre. Contuve la respiración por un instante. No había ningún banderín gris en lo alto de la torre. ¡Meryl estaba resistiendo!

Aumenté la imagen y encontré su dormitorio. Yacía en cama, recostada en sus almohadas, mirando por la ventana.



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