Defensa del cristianismo by John Henry Newman

Defensa del cristianismo by John Henry Newman

autor:John Henry Newman
La lengua: spa
Format: epub
Tags: martirologio romano, primeros cristianos, triunfo del cristianismo, apologa del cristianismo


VII.-

Él es el cumplimiento de las profecías

Si el cristianismo se halla tan estrechamente conectado con el judaísmo como he estado suponiendo, entonces mediante estos dos han existido comunicaciones directas entre el hombre y su Hacedor desde tiempos inmemoriales hasta los días que corren—esta es una gran prerrogativa que nadie en ningún lado pretendió tener. Ninguna otra religión, con excepción de estas dos, profesa ser un órgano de revelación formal, y por cierto no de una revelación destinada al bien de la raza humana entera. Aquí es donde falla el Islam aunque profese continuar la revelación después del cristianismo: pues se trata de la fe y del rito de sólo algunas razas, sin acarrear, como tal, ningún don para nuestra naturaleza, tratándose más bien de la reforma de corrupciones locales y una vuelta a las ceremonias de culto más antiguos, que no la dispensación de una revelación nueva y más amplia. Y así, mientras el cristianismo resultó heredero de una religión muerta, el Islam no fue mucho más que la rebelión contra una viviente. Más todavía, aunque Mahoma profesaba ser el Paráclito, nadie sostiene que ocupa un lugar tan prominente en el Nuevo Testamento como es el caso del Mesías en el Antiguo Testamento. Contra esta especial preeminencia de la idea mesiánica haré una advertencia acerca de las profecías del Antiguo Testamento y el argumento que suministra a favor del cristianismo. Y aunque sé que aquel argumento podría ser más claro y más exacto que lo que es, aquí no pretendo mucho más que referirme al hecho de su existencia en sí misma, bien que, en la medida en que nos adentremos en él, reforzará nuestra convicción acerca de la verdad que anida en su pretensión de tener origen divino y la religión que es su objeto.

Ahora bien, que las Escrituras judías existían desde mucho antes que la era cristiana y que su custodia era incumbencia exclusiva de los judíos, resulta innegable. Por tanto, todo lo que aquellas Escrituras refieren sobre el cristianismo, si no ha de atribuirse a la casualidad o a conjeturas felices, constituye materia profética. También resulta innegable que los judíos infirieron de aquellos libros que un gran personaje nacería de su raza, que conquistaría al mundo entero y que sería el instrumento de extraordinarias bendiciones para todos. Más todavía, que aparecería en una fecha fijada, y que precisamente en esa fecha resultó que Nuestro Señor efectivamente apareció entre nosotros. Esta es, a grandes trazos, la predicción: y si no se pudiese decir más que esto sobre su alcance, en verdad que no sería poca cosa. Insisto: resulta innegable que así como las Escrituras judías contienen lo que digo, así también lo entendían los judíos.

Primero, pues, respecto de lo que declara la Escritura. Desde el libro del Génesis aprendemos que el pueblo judío fue elegido con esta sola idea, esto es, para ser una bendición para la tierra entera, y eso mediante uno de su propia raza, uno más grande que su padre Abrahán. Aquí residía el sentido y la síntesis de por qué fueron elegidos.



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