Danza de dragones by George R. R. Martin

Danza de dragones by George R. R. Martin

autor:George R. R. Martin
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Aventuras, Bélico, Fantástico
ISBN: 978-84-96208-43-8
publicado: 2012-06-22T04:00:00+00:00


El Observador

—Vamos a ver esta cabeza —ordenó el príncipe.

Areo Hotah pasó la mano por el mango liso de su hacha, su esposa de hierro y fresno, sin dejar de observar. Observó a ser Balon Swann, el caballero blanco, y a los que habían llegado con él. Observó a las Serpientes de Arena, cada una sentada a una mesa distinta. Observó a las damas, a los señores, a los criados, al viejo senescal ciego y al joven maestre Myles, con aquella barba sedosa y aquella sonrisa servil. Semioculto por las sombras, los observó a todos.

«Servir. Proteger. Obedecer.» Esa era su misión.

Los demás solo tenían ojos para el cofre. Era de ébano, con cierres y bisagras de plata. Sin duda era una caja bonita, pero muchos de los reunidos allí, en el Palacio Antiguo de Lanza del Sol, podrían morir muy pronto; dependía de lo que hubiera en aquel cofre.

El maestre Caleotte cruzó la estancia en dirección a ser Balon Swann, arrastrando las zapatillas. El hombrecillo regordete tenía un aspecto excelente con su túnica nueva de franjas de diversos tonos pardos y finas rayas rojas. Hizo una reverencia, tornó el cofre de las manos del caballero blanco y lo llevó al estrado, donde aguardaba Doran Martell en su sillón rodante, entre su hija Arianne y Ellaria, la amante de su difunto hermano. Un centenar de velas perfumaba el ambiente. Las piedras preciosas refulgían en los dedos de los señores, y en los cinturones y las redecillas de las damas. Areo Hotah había sacado brillo a las lamas de cobre de su armadura, de manera que eran como espejos que también reflejaban la luz de las velas.

La estancia había quedado en silencio.

«Dorne contiene el aliento.» El maestre Caleotte puso la caja en el suelo, junto al sillón del príncipe Doran. Los dedos del maestre, por lo general siempre seguros y diestros, se movieron con torpeza al abrir el cierre, levantar la tapa y dejar a la vista la calavera que reposaba en el interior. Hotah oyó un carraspeo. Uno de los gemelos Fowler le susurró algo al otro. Ellaria Arena había cerrado los ojos y murmuraba una oración.

El capitán de los guardias observó que ser Balon Swann estaba tenso como un arco. El nuevo caballero blanco no era tan alto y apuesto como el anterior, pero tenía el pecho más ancho, más corpulento, y los brazos, más musculosos. Llevaba la capa nívea cerrada en la garganta con un broche de plata con dos cisnes, uno de marfil y otro de ónice, y a Areo Hotah le dio la impresión de que las aves estaban luchando. Su dueño también parecía un luchador.

«Este no será tan fácil de matar como el otro. No cargará contra mi hacha, como hizo ser Arys. Se refugiará tras su escudo y me obligará a ir a por él.» Si llegaba el caso, Hotah estaría preparado. Tenía el hacha tan afilada que habría podido afeitarse con ella.

Se permitió lanzar una breve mirada al cofre. La calavera sonriente reposaba sobre fieltro negro.



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