Cujo by Stephen King

Cujo by Stephen King

autor:Stephen King [King, Stephen]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1981-01-01T05:00:00+00:00


Mientras se comía las últimas dos o tres rodajas de pepino, comprendió que lo que más la había asustado eran las coincidencias. Aquella serie de coincidencias, totalmente casuales, pero como si remedaran una especie de destino emocional, eran las que habían hecho que el perro pareciera actuar con un propósito tan horriblemente deliberado, tan… tan personalmente dirigido contra ella. La ausencia de Vic durante diez días, ésta era la coincidencia número uno. La llamada de Vic tan temprano, ésta era la coincidencia número dos. Si no hubiera conseguido hablar con ellos entonces, hubiese probado más tarde, hubiese seguido probando y hubiese empezado a preguntarse dónde estaban. El hecho de que los tres Camber estuvieran fuera, por lo menos durante esa noche, y lo que eso parecía ahora. Esa era la número tres. Madre, hijo y padre. Todos fuera. Pero habían dejado al perro. Claro. Habían…

Se le ocurrió de repente un horrible pensamiento que inmovilizó sus mandíbulas mientras terminaba de comer el pepino. Trató de alejarlo, pero volvía. No quería irse porque poseía una grotesca lógica propia.

¿Y si estaban todos muertos en el establo?

La imagen apareció instantáneamente detrás de sus ojos. Tenía la malsana claridad de aquellas visiones que uno tiene a veces cuando se despierta a primeras horas de la madrugada. Los tres cuerpos en el suelo, como juguetes defectuosos, con el serrín manchado de rojo a su alrededor y los polvorientos ojos contemplando la oscuridad del techo en la que las golondrinas piaban y revoloteaban, con la ropa desgarrada y rota a mordiscos y algunas partes de sus cuerpos…

Oh eso es una locura, eso es…

Tal vez hubiera atacado al niño primero. Los otros dos están en la cocina, o quizás arriba, entregados a una escenita rápida, oyen gritos, bajan corriendo…

(basta, ya basta)

… bajan corriendo, pero el chico ya está muerto, el perro le ha destrozado la garganta, y, cuando todavía no se han repuesto de la muerte de su hijo, el San Bernardo emerge sigilosamente de entre las sombras, una vieja y terrible máquina de destrucción, sí, el viejo monstruo emerge de entre las sombras, rabioso y gruñendo. Se abalanza primero sobre la mujer y el hombre trata de salvarla…

(no, hubiera ido por la escopeta o le hubiera roto la cabeza con una tuerca o algo así, y, ¿dónde está el automóvil? Había un automóvil aquí, antes de que todos ellos se fueran a hacer una visita familiar —una VISITA FAMILIAR, ¿me oyes bien?—, se habían llevado el automóvil y habían dejado la camioneta.)

En tal caso, ¿por qué no había venido nadie a darle la comida al perro?

Esta era la lógica de la cosa, parte de lo que la asustaba. ¿Por qué no había venido nadie a darle la comida al perro? Porque, si tienes intención de estar ausente uno o dos días, te pones de acuerdo con alguien. Ellos le dan la comida a tu perro y, cuando ellos se van, tú le das la comida a su gato, o a su pez, o a su periquito o lo que sea.



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