Cuentos reunidos by Liliana Heker

Cuentos reunidos by Liliana Heker

autor:Liliana Heker [Heker, Liliana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2016-05-18T16:00:00+00:00


Tarde de circo

Cuando el hombre dio vuelta la esquina los dos chicos vinieron corriendo y le abrazaron las piernas. Los alzó, los revoleó y los acomodó bajo los brazos igual que a paquetes. Avanzaron los tres así, al trote y aullando como autos de carrera hasta que él vio a la mujer y a la asistente social que lo observaban desde la boletería. Bajó con brusquedad a los chicos, que siguieron corriendo y aullando, y caminó con lentitud hacia donde estaban las dos. El hombre tenía una barba oscura, no muy cuidada, y arrugas que tal vez lo hacían parecer mayor de lo que era. La mujer a la que ahora se estaba acercando se veía más joven. Hermosa y con aspecto de cansada.

—Hola, Eva —dijo el hombre, y le dio un beso en la mejilla. Hizo un levísimo movimiento de cabeza hacia la asistente social.

—Milo, no saludaste a —dijo la mujer llamada Eva.

—Sí la saludé —dijo él, cortante—. ¿Ya sacaste las entradas?

Eva le mostró las cuatro entradas desplegadas en abanico. La asistente social los miraba alternativamente a ella y al hombre llamado Milo como pendiente de un acontecimiento.

—Bueno —dijo al fin; hizo con las manos un gesto parecido a una bendición—, ¿les parece que ya me puedo ir?

—Como prefiera —dijo secamente Milo—, si le gusta el circo…

Eva le echó una rápida mirada reprobatoria.

—Por supuesto, Analí —dijo—. No sabés cuánto te agradezco.

La asistente social le dirigió a Milo una sonrisa un poco forzada.

—Me quedaría encantada con ustedes —le dijo—, pero me parece mejor que…

—Por supuesto —se apuró a decir Eva.

Les dijo a los chicos que saludaran a la asistente. La nena vino corriendo y le dio un beso pero el chico, que estaba mirando un cartel con animales, ni siquiera se dio vuelta.

—Soy un león —dijo.

La asistente ahora mostró una sonrisa de comprensión.

—Dejalo, está en su mundo —dijo; echó a su alrededor una mirada que parecía querer abarcar a todo el grupo familiar—. Espero que lo disfruten mucho, después me cuentan.

—Seguro —dijo Milo—, va a ser el día más inolvidable de nuestras vidas.

La asistente miró a Eva con alarma.

—¿Les parece que…?

—Está bien —dijo Eva con impaciencia—. Él es así, nosotros nos entendemos.

La frase pareció distender a Milo. Dirigiéndose a la asistente, levantó las palmas como quien dice: Qué le va a hacer, soy incorregible. La asistente empezó a decir algo pero el redoble de un tambor frenó su intento. Un enano vestido de payaso batía rítmicamente el parche. Detrás venía un hombre de chaqueta colorada con botones dorados. El enano dejó de tocar y el de chaqueta colorada gritó:

—¡Adelante, amigos! ¡El espectáculo está por comenzar!

La asistente social saludó muy rápido, les deseó una buena tarde y se fue.

—¿Por qué dijiste eso? —dijo Eva apenas se pusieron en la cola para entrar.

—¿Eso qué? —dijo Milo.

—Lo del día inolvidable.

—¿Qué te parece? —dijo él.

—A mí no me parece nada —con un ademán decidido, se sacó el pelo de la cara; de pronto levantó el dedo índice—. Y te quiero recordar que fuiste vos el que le dijo a la asistente que lo mejor era una salida los cuatro juntos.



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