Cuentos del mundo mestizo by Ramón Rubín

Cuentos del mundo mestizo by Ramón Rubín

autor:Ramón Rubín [Rubín, Ramón]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1985-01-01T05:00:00+00:00


Los caballos de Azoyú

La condición de bestia no siempre depende del número de patas.

EL PUEBLO costeño de Azoyú, que se tiende al pie del cerro de Las Maldiciones con sus pocas casucas de material y sus jacales techados de palma, parecía haberse enfiestado para recibir triunfalmente a don Silviano. Éste, jinete en un gallardo potro andaluz, entraba brincando las trancas de los potreros a su calle principal, y los vecinos habían saltado de sus camastros y hamacas para asomar las caras a las puertas de sus albergues, donde permanecían con la boca abierta admirando la apostura y el brío del espléndido animal. Si algún perro intentaba cometer la irreverencia de ladrarle, cien miradas iracundas y otras tantas voces amenazadoras lo obligaban a huir avergonzado, con la cola entre las patas.

Los chiquillos, que habían salido a recibirlo en la ciénaga de Sapo Colorado, danzaban detrás de la bestia, tragando muy satisfechos el polvo que levantaban sus cascos y procurando instintivamente seguir los mismos compases del arrogante paso del corcel.

¡En todo el estado de Guerrero no había semental tan fino!

A los ancianos, cuyo más grande orgullo era el de pasar por entendidos en asuntos de caballos, se les caía la baba al contemplarlo. Y cada cual aventuraba un comentario en el que vibraba efusiva la alabanza:

—¡Qué bestia tan más fina!

—¡Toavía es tierno el animal!

—¡Fino de remos, ¿eh?!

Don Silviano, su jinete y propietario, agradecía más esta admiración que si fuese él quien la despertara.

¡No en vano le había costado sus buenos miles de pesos el potro!… Aparte de lo que gastó en su viaje a la capital adonde tuvo que ir a buscarlo. En esa compra derrochó la mayor parte de la utilidad que le dejase aquel año una excelente cosecha de chile; pero no se arrepentía de haberlo hecho así. Un profundo orgullo le bullía dentro del pecho, afluyéndole a la faz en una sonrisa bonachona. ¡Valía la pena un caballo como aquel!…

Y en verdad que desde muchos años antes no se había visto ni en Azoyú ni en sus cercanías, ni acaso en todos los distritos ganaderos del estado, caballería de tal rango.

Antes de la Revolución, en vida del padre de don Silviano, la yeguada de su casa fue uno de los más justificados orgullos de la comarca. Sólo otra familia podía competir en Azoyú con ese prestigio: la del viejo Baltasar Rayón, cuyos encierros, en donde pastaban el rico pará de los bajos sus manadas de ganado caballar, estaban, por cierto, contiguos a los de don Silviano. Por la posesión de las mejores yeguadas de por allí existía de hecho una antigua rivalidad entre ambas familias; y la envidia los había llevado a criar las mismas razas. De tal manera, al estallar la Revolución tenían dos espléndidas manadas de caballos andaluces. Durante la larga guerra civil, partidas de sublevados que pasaban fueron destrozando por igual esas caballadas al llevarse los mejores ejemplares. Y cuando los padres de los ganaderos de ahora murieron, don Silviano heredó del suyo tan sólo tres



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