Cuando giran los muertos by Ignacio del Valle

Cuando giran los muertos by Ignacio del Valle

autor:Ignacio del Valle [Valle, Ignacio del]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2021-11-04T00:00:00+00:00


* * *

EL ANIMAL DE LA PARANOIA YA ESTABA DESPIERTO en su interior. Gabriel Salvador Fleitas no lograba avances en ningún frente. Además, era un preso pobre, sin apoyo en el exterior salvo un abogado de medio pelo, y sin nadie que le enviase dinero o le suministrase comida tenía complicado lograr protección. El Preciso no parecía interesado en nada de lo que él pudiera ofrecerle, y Tulio Arévalo, a pesar de quedar algo descoyuntado, seguía encallado en una rabia permanente. En cuanto salió de la enfermería, se fabricó un arma nueva y pidió consejo a Sigfrido Lara. No le guardaba rencor por haber desaparecido en el patio, él hubiera hecho lo mismo. Su compañero solo vino a confirmar la realidad.

—No tienes dinero ni contactos, y seguramente tienes cojones, pero poca cabeza. Si no, ¿qué haces aquí? Solo te queda hacer algún tipo de trato con el director.

—Te refieres a que me convierta en un chivato.

—No te queda otra.

—Me acabarán matando.

—No hay caso: ya estás muerto.

Gabriel Salvador puso cara de estreñido.

—Pide una cita —insistió Sigfrido.

—Pero ¿se puede pedir una cita? ¿Como si fuera un médico?

—Tú eres un caso especial.

Salvador alzó las manos rindiéndose. No tardó en ponerse en contacto con uno de los funcionarios y elevar su petición. Para su sorpresa, le respondieron con celeridad y se encontró cruzando una pasarela metálica que sobrevolaba dos hemisferios distintos de la prisión: desde allí arriba se veían los patios llenos de presos dando vueltas o quietos en grupos, hasta que terminaron por descender fuera del edificio principal hasta otro patio más pequeño, en cuyo fondo había una puerta roja. Allá se encaminaron, abrieron la puerta roja, y a Salvador le costó asimilar lo que vio al otro lado. Había dos invernaderos frente a ellos, llenos de flores y tomateras. Habían excavado los parterres en el cemento y plantado las verduras formando líneas rectas. A la izquierda, un pequeño cobertizo, del cual salió un individuo pequeño, con un tupé rubio, a lo rocker, unas tijeras de podar en la mano y un sucio delantal de cuero.

—¿Todo bien, Miguel? —se dirigió al funcionario que le había acompañado.

—Sí, señor director.

—Así me gusta —le echó un vistazo a Salvador—. Menudo lío estás armando.

—Disculpe, director.

—Señor director.

Salvador repitió escrupulosamente la indicación. Este le miró con unos ojos azules, acuosos. «Sígueme», le dijo. Entraron en uno de los invernaderos y fueron recorriendo unas tomateras, mientras con la tijera iba dando pequeños cortes aquí y allá, y retiraba ramitas y hojas. Se quedaba quieto y volvía a empezar. En los nudillos tenía tatuajes en tinta azul.

—Creo que tienes una idea exagerada de ti mismo, querido.

—No le entiendo, señor director.

—Vienes a verme…

—Quería hacerle una propuesta.

El director dio otro toquecito con la tijera. Movió la cabeza: Salvador no supo si era un gesto de buena voluntad o una advertencia.

—Tulio Arévalo también me ha hecho otra.

Salvador se puso pálido.

—¿Sabes que me comentó también?

—No.

—Que los anarquistas era unos putos, temerarios en el frente, y gratuitos y sangrientos en la retaguardia. Ni Dios ni amo, eso dicen, ¿no?

—Sí.



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