Crash by J. G. Ballard

Crash by J. G. Ballard

autor:J. G. Ballard
La lengua: spa
Format: mobi, epub
Tags: Ciencia Ficción
ISBN: 8467429100
editor: Minotauro
publicado: 1973-06-01T22:00:00+00:00


Estas desconcertantes fusiones de ficción y realidad, resumidas en la figura patética aunque siniestra de Seagrave disfrazado de Elizabeth Taylor, me acosaron toda la tarde, y aun llegaron a dictar mis respuestas cuando Catherine vino a recogerme. Catherine charló amablemente con Renata, pero pronto la distrajeron las fotografías en color de las paredes, secciones de prototipos de coches de carrera y sedanes de lujo que aparecían en un corto comercial que estábamos filmando. Estos retratos emblemáticos de una aleta trasera o de un radiador, de un tablero o del marco de un parabrisas de vividos colores acrílicos, la fascinaban de algún modo. Me sorprendió la cortés benevolencia con que trataba a Renata. La llevé a la sala de montaje, donde dos técnicos jóvenes trabajaban en los primeros cortes. Presumiblemente Catherine estaba convencida de que en este contexto visual, un contacto erótico entre Renata y yo era inevitable, y de que si a ella misma la hubiesen dejado en esta oficina, trabajando entre fotografías y muestras de aletas metálicas, habría tenido sin duda alguna aventura sexual, no sólo con los dos técnicos, sino también con Renata.

Catherine había pasado el día en Londres. En el auto, ya fuera del estudio, sus muñecas eran como teclados de perfumes. Antes que ninguna otra cosa, me había llamado la atención en ella esa inmaculada pulcritud, como si se hubiese limpiado individualmente cada centímetro cuadrado del cuerpo esbelto, ventilando separadamente todos los poros. A veces el aspecto de porcelana del rostro, un elaborado maquillaje, como en la imagen publicitaria de un hermoso rostro de mujer, me había llevado a sospechar que toda la personalidad de Catherine no era sino una charada. Traté de imaginar la infancia que había creado a esta mujer joven y hermosa, perfecta imitación de un Ingres.

Esta pasividad, esta aceptación total de cualquier situación, me habían fascinado desde un principio. Durante nuestros primeros encuentros sexuales, en los dormitorios anónimos de los hoteles del aeropuerto, yo le inspeccionaba deliberadamente todos los orificios que podía encontrar. Le pasaba los dedos por las encías buscando alguna fibra minúscula de carne asada, le metía la lengua en la oreja buscando vestigios de cera, le examinaba la nariz y el ombligo, y finalmente la vulva y el ano. Tenía que introducir todo el dedo antes de extraer un débil olor de materia fecal, una delgada línea parda que me manchaba la uña.

Volvimos a casa, cada uno en su auto. Frente a los semáforos de la ruta de acceso, observé cómo Catherine apoyaba las manos en el volante. Con el índice derecho raspaba una vieja etiqueta pegada al parabrisas. Detenido junto a ella, le miré los muslos, que se le rozaban cuando pisaba el pedal del freno.

Mientras recorríamos la Western Avenue, imaginé el cuerpo de Catherine abrazado al compartimiento del auto. Hubiera querido apretarle la vulva húmeda contra las protuberancias de los tableros y los mandos, aplastarle dulcemente los pechos contra los marcos de las puertas, moverle el ano en una lenta espiral sobre las fundas vinílicas, ponerle las manos menudas en el tablero de instrumentos y el borde de las ventanillas.



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