Corazones de gofre by Maria Parr

Corazones de gofre by Maria Parr

autor:Maria Parr
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788416830442
editor: Nórdica Libros
publicado: 2017-11-06T00:00:00+00:00


Recogida de ovejas y viaje en helicóptero

Las ovejas se pasan todo el verano pastando por las montañas y haciendo lo que les da la gana. Pero antes de que empiece el invierno, tenemos que ir a recogerlas y traerlas de vuelta al establo.

—Puñetas, ya se les han acabado las vacaciones a las ovejas también —suele decir Lena. No le parece justo que las vacaciones de las ovejas sean más largas que las de las personas.

¡Pero este año Lena y yo íbamos a participar! Casi no podía creérmelo cuando, al día siguiente, nos reunimos todos en la terraza. Íbamos a ir mis padres y mis hermanos, menos Caracola, Lena, su madre, el tío Tor y yo. Mi padre, equipado con gorra y mochila, nos preguntó si estábamos todos listos. Y cuando nos pusimos en marcha, Lena y yo pudimos despedirnos con la mano del abuelo, la tía abuela y Caracola, en vez de que los demás se despidieran de nosotros, como había sido siempre. Bueno, la verdad es que Lena nunca se había despedido con la mano. Siempre se ponía hecha un basilisco y le daba la espalda a los que se marchaban a recoger a las ovejas.

Se notaba mucho que ya no era verano. El aire estaba fresco y los árboles colgaban pesados de agua sobre nuestras cabezas cuando pasamos la granja de Jon de la Cuesta y nos adentramos en el bosque de abetos. Lena y yo llevábamos botas de lluvia, así que saltábamos como conejos por encima de todos los charcos que pasábamos.

—Tenéis que mantener el paso constante —dijo mi padre—. De lo contrario os vais a cansar.

Pero es imposible mantener el paso constante cuando se está tan contento. Los pies nos corrían solos.

Al poco salimos del bosque y llegamos a la montaña, que por arriba es casi llana. Allí todo tiene un aspecto distinto.

—Eso es porque estamos más cerca del cielo —dijo la madre de Lena y empezó a saltar de piedra en piedra con Lena y conmigo. Al volvernos, veíamos nuestra bahía muy muy abajo. De vez en cuando avistábamos alguna oveja, a veces eran nuestras y otras veces de otra gente, pero ese día no las recogíamos. Primero teníamos que llegar a la cabaña y hacer noche.

En realidad nuestra cabaña no es más que un refugio, no tiene ni baño ni electricidad. Pero, si nos apretamos, cabemos muchos. A mí me parece la cabaña más chula del mundo. Me recuerda a la tía abuela porque da la impresión de alegrarse mucho cuando llegamos. Mi madre y el tío Tor se pusieron a freír tocino en la cocina de gas de la cabaña y mi padre preparó el café en una hoguera afuera.

Mi padre se pone tan contento cuando está en la montaña que puedes preguntarle cosas de las que normalmente no te atreves a hablar y se ríe casi todo el tiempo.

—En la montaña es imposible estar enfadado —me explicó cuando se lo comenté—.



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