Corazón doble (ilustrado) by Marcel Schwob

Corazón doble (ilustrado) by Marcel Schwob

autor:Marcel Schwob [Schwob, Marcel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1891-01-01T00:00:00+00:00


EL CUENTO DE LOS HUEVOS

Para pasar agradablemente

los cuarenta días de cuaresma

desde el miércoles de ceniza

hasta el domingo de Pascua.

Había una vez un pequeño y bondadoso rey (no busquéis otro, la especie se ha extinguido) que dejaba a su pueblo vivir a su antojo: creía que era un buen medio de hacerlo feliz. Y él mismo vivía al suyo, piadoso, bonachón, sin escuchar nunca a sus ministros, porque no los tenía, y celebrando consejo únicamente con su cocinero, hombre de gran mérito, y con un viejo mago que le echaba las cartas para entretenerlo. Comía poco, pero bien; sus súbditos hacían lo mismo; nada turbaba su serenidad; cada cual era libre de cortar su trigo en agraz, de dejarlo madurar y de guardar el grano para la próxima siembra. Era realmente un rey filósofo, que hacía filosofía sin saberlo; y lo que muestra bien que era sabio sin haber aprendido sabiduría es el maravilloso caso en que pensó perderse, y su pueblo con él, por haber querido instruirse en las máximas saludables.

Ocurrió que un año, hacia el fin de la cuaresma, aquel buen rey mandó llamar a su mayordomo, que se llamaba Fripesaulcetus o algo parecido, a fin de consultarle sobre una grave cuestión. Se trataba de saber lo que comería Su Majestad el domingo de Pascua.

–Señor –dijo el ministro del interior del monarca–, no podéis hacer otra cosa que comer huevos.

Los obispos de aquel tiempo tenían mejor estómago que los de hoy, de modo que la cuaresma era muy severa en todas las diócesis del reino. Por eso el buen rey no había comido más que huevos durante cuarenta días. Puso mala cara y dijo:

–Preferiría otra cosa.

–Pero, señor –dijo el cocinero, que era licenciado en letras–, los huevos son un manjar divino. ¿Sabéis que un huevo contiene la sustancia de toda una vida? Los latinos creían incluso que era el resumen del mundo. Nunca se remontaban al diluvio pero hablaban de analizar las cosas en el huevo, ab ovo. Los griegos decían que el universo nació de un huevo puesto por la Noche de las alas negras; y Minerva salió totalmente armada del cráneo de Júpiter, igual que un pollo que rompiese a picotazos la cáscara de un huevo demasiado incubado. Por mi parte, a menudo me he preguntado si nuestra tierra no era simplemente un huevo enorme, en cuya cáscara vivimos; pensad lo bien que se acomodaría esa teoría a los datos de la ciencia moderna: la yema de ese gigantesco huevo no sería otra cosa que el fuego central, la vida del globo.

–Me río yo de la ciencia moderna –dijo el rey–, pero querría variar mis comidas.

–Señor –dijo el ministro Fripesaulcetus–, no hay nada más fácil. Es necesario que comáis huevos en Pascua; es una manera de simbolizar la resurrección de Nuestro Señor. Pero sabemos dorar la píldora. ¿Los queréis duros, revueltos, en ensalada, en tortilla al ron, con trufas, con picatostes, a las finas hierbas, con puntas de espárragos, con judías verdes, con mermelada, pasados por agua,



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