Contra la marea by Elizabeth Camden

Contra la marea by Elizabeth Camden

autor:Elizabeth Camden
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 2012-10-01T05:00:00+00:00


Capítulo 20

Febrero, 1892

Los copos de nieve golpearon el rostro de Bane como pequeños alfileres. El clima de Filadelfia no era agradable en febrero, pero el viento no hacía más que empeorar las cosas. Bane agachó la cabeza y se subió el cuello del abrigo mientras corría hacia la casa situada al final de la calle. Una capa de hielo cubría los escalones de la entrada, y Bane se aferró a la barandilla de hierro para subir. La nieve cubría el llamador metálico hasta su base. Tuvo que limpiarlo antes de dar unos rápidos y enérgicos golpes.

Mientras esperaba una respuesta, se dio la vuelta para observar el resto de las casas de aquel vecindario tan respetable. Al otro lado de la calle, una ventana brillaba con el fuego de una agradable chimenea. Una familia estaba reunida en un sofá, con varios niños sentados en el suelo. Una niña rubia estaba abriendo regalos. ¿Un cumpleaños tal vez? Desde luego, la niña parecía ser el centro de atención de sus padres. La caja bellamente envuelta que estaba a punto de abrir era casi tan grande como su pequeño cuerpo.

Por fin se abrió la puerta.

—¡Banebridge! Le agradezco que haya venido a pesar del mal tiempo.

Richard Algood abrió la puerta de par en par. A Bane le habría gustado saber qué había dentro de la caja, pero fuera hacía mucho frío, y tenía cosas más importantes en qué pensar que el regalo de una niña.

Se sacudió la nieve del abrigo antes de colgarlo en el perchero del estrecho vestíbulo. A continuación siguió a Richard hasta su pequeño despacho, situado en la parte de atrás de la casa. Nada más cerrar la puerta, decidió ir al grano.

—¿Cómo van las cosas?

Richard suspiró mientras tomaba asiento en la silla del despacho. Montones de papeles, libros y revistas farmacéuticas ocupaban la mesa de su escritorio.

—A menos que se produzca un milagro de aquí a abril, mi candidatura no tiene ninguna posibilidad. No ha habido ningún cambio al respecto.

Bane se apoyó en la pared del estudio. Aquel era su primer intento de reformar la industria farmacéutica desde dentro. La oportunidad se presentó por sí sola cuando conoció a Richard Algood, y Bane se apresuró a aprovecharla. Richard era uno de los pocos farmacéuticos dispuestos a apoyar las restricciones en la venta de opio en farmacias, y Bane estaba haciendo todo lo posible para que fuera elegido presidente de la Asociación Americana de Farmacéuticos. Pero su propósito era una locura. Los farmacéuticos estaban a la cabeza de los comerciantes dispuestos a bloquear cualquier legislación que limitara la venta de opio en sus establecimientos, pero al menos la candidatura fallida de Bane les había obligado a reflexionar sobre el tema. Seguramente, Bane y Richard acabarían perdiendo la batalla, pero, a largo plazo, todo aquello serviría para promover su causa.

Bane cruzó los brazos sobre el pecho.

—Se me ha ocurrido otra manera de abordar el problema –dijo–. Si los farmacéuticos no quieren prohibir la venta de opio en sus establecimientos, ¿estarían dispuestos a limitar su uso por parte de los organismos gubernamentales? Por ejemplo, los orfanatos.



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