Chicago by David Mamet

Chicago by David Mamet

autor:David Mamet [Mamet, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2018-11-12T16:00:00+00:00


* * *

Parlow bromeaba con que el país había contraído una deuda incalculable con Mike, ya que era el único excombatiente que no había publicado un libro sobre la guerra.

—No hay nada que contar —dijo Mike—. Y, si lo hubiera, no lo contaría.

La explicación, que volvió a dar en el Port, no significó una mejora de su estatus, pero sí del aprecio por su sagacidad. La opinión generalizada entre los más veteranos era: «Parece que este chaval ha estado conteniéndose».

Y Mike había llegado a la conclusión de que tampoco había nada que decir sobre la aviación, que, según comentó a los chicos una noche de borrachera, era como el sexo: hay que vivirlo.

Se había arrepentido profundamente de aquella ocurrencia, pues era información de índole privada compartida jocosamente con no iniciados.

Porque ambas cosas (y no era asunto de nadie, excepto del piloto) estaban relacionadas, por supuesto. Y con la salvedad de la consideración hacia la «madre» o «la chica de al lado», pocos aviadores le hubieran tenido miedo a la muerte de no ser porque, lamentablemente, restringía los vuelos o la fornicación con alguna tabernera adolescente.

Y ahora la vida de Mike se había visto corrompida por la muerte de su chica. «¿Qué clase de hombre mataría a una muchacha inocente?», se preguntaba. La respuesta era, claro está, un «hombre malo», y volvió al punto de partida, donde sus insistentes pensamientos estaban trillados y le dejaban una ira y una sensación de pérdida intolerable. «Un hombre malo» y, por supuesto, él lo era.

Porque amaba de verdad a la irlandesa. «¿Y quién no la amaría? No tenía ningún mérito —pensó—. Era un ángel».

Siempre que reunía valor, volvía a los recuerdos de su primer encuentro, racionándolos para evitar que un uso excesivo los viciara.

El pacto de su amor a primera vista había cesado, como todos, súbitamente, y había dejado a Mike aturdido. Una vez se le había ocurrido una brillante idea que los chicos del Port bautizaron appersoo —que podía desentrañarse la estructura de la mafia observando a sus floristas— y siguió la pista. En este caso, la pista era la etiqueta de la floristería, WALSH’S THE BEAUTIFUL, que adornaba las ofrendas más grandes y fastuosas de la mafia.

Mike había abierto la puerta que daba a Clark Street.

En su primera visita no había preparado ninguna historia que justificara su presencia, pues siempre había creído que urdir una improvisación por anticipado era hacer trampa. Como siempre, confiaría en su inspiración y en la suerte.

Pero las diversas y obvias posibilidades —mi tía ha fallecido, estoy planeando una boda o, in extremis, trabajo para el Trib y estamos preparando un artículo sobre arreglos florales para festividades—, todas ellas y sus equivalentes más mundanos, le fueron esquivas. Tampoco comentó que no se le ocurría nada, sino que se quedó allí mudo, contemplando a la chica que lo miraba desde el otro lado del mostrador.

Pasó un rato y ni él ni la chica se habían movido. Era el impulso más extraño que sentiría en su vida: ir al otro lado del mostrador y poseerla.



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