Celia lo que dice by Elena Fortún

Celia lo que dice by Elena Fortún

autor:Elena Fortún [Fortún, Elena]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Infantil
editor: ePubLibre
publicado: 1928-12-31T16:00:00+00:00


Mi amiga Carlotica

Todavía no os he dicho nada de mi amiga Carlotica, que vive en un hotelito pequeño cerca del nuestro.

No tiene papá ni mamá. Vive con su abuelito Luis, que está siempre sentado en un sillón de ruedas porque no sabe andar.

A don Luis le gusta mucho que juguemos a su lado y oírme contar historias. Por eso no quiere que vayamos a ninguna parte.

* * *

Un día íbamos a ir de excursión con papá y mamá, y de pronto dijeron que iba a llover. Y no nos llevaron.

¡Nos dio una rabia!

—Con don Luis pasaréis la tarde muy bien. Mucho mejor que con nosotros, que vamos lejos y con gente poco simpática.

Carlotica me dijo:

—Ya verás cómo ha sido el abuelito el que les ha dicho que no nos lleven.

Nos quedamos refunfuñando, y decidimos vengarnos de don Luis no entrando en la galería donde él estaba siempre en su sillón de ruedas.

En cambio, abrimos las arcas grandes del despacho, que tenían las llaves puestas. ¡Cómo olían a alcanfor!

Todo estaba cubierto de paños blancos…

Los quitamos, y aparecieron unos trajes grandísimos de terciopelo encarnado y verde.

Casi no podíamos con ellos, y los arrastramos por el suelo al colocarlos sobre las sillas.

—¿Quién se ponía esto?

—El abuelito, cuando era rey, y príncipe, y emperador… Otras veces era cardenal, con estos zapatos colorados; y también Don Juan Tenorio, vestido de raso verde.

—¿Y cómo era tantas cosas?

—Porque sí. Él dice que era el actor más grande del mundo.

—¿Tú le has visto en pie?

—Sí, con las muletas.

—¿Y es tan grande?

—¡Como un gigante! Mira cuánto pelo hay en esta caja.

No era pelo, sino cabezas sin nada dentro… Había melenas rubias, con tirabuzones; otras blancas, con rizos y trenza, como las de los cocheros de los entierros…

—¡Ay, Carlotica, qué miedo! ¿A quién le ha quitado tu abuelito estos pelos? ¿Tú sabes si ha sido de esos que matan a la gente?

—Sí, también. ¿Ves este escopetón colgado, que parece un embudo? Pues me ha dicho que era suyo, de cuando hacía de bandido.

—¡Yo me quiero ir! ¡Vámonos, Carlotica, vámonos a casa! ¡Figúrate que le da por matarnos a nosotras!

—¡Huy, qué niña más tonta! ¡Si el abuelito es muy bueno, y todo era de mentirijillas!

—¡Sí, muy bueno! Vámonos con doña Benita, anda.

Entonces oímos a don Luis que nos llamaba con su vozarrón, y como no contestábamos, llamó al timbre para que nos buscaran. Decía:

—Deben de estar en el despacho haciendo alguna diablura…

María levantó los brazos al cielo al ver desparramado lo de las arcas.

—¡Pero qué estáis haciendo, condenadas! ¡El señor me valga si no han ensuciado toda la ropa!

—¿Qué hacían? —gritó don Luis—. Traiga usted aquí a esas chicuelas, que las voy a matar como hayan revuelto algo…

María, a pesar de mis chillidos, nos cogió a cada una de un brazo y nos sacó a la galería.

—¡Aquí tiene el señorito a estos diablos del infierno, que han sacado la ropa y han fregado los suelos con ella!

Yo gritaba, pateaba, me retorcía, para escapar de las manos de la vieja, que se



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