Casa de Oración n.º 2 by Mark Richard

Casa de Oración n.º 2 by Mark Richard

autor:Mark Richard [Richard, Mark]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2012-12-04T00:00:00+00:00


* * *

DIOS NOS ENTREGA a nuestras pasiones. En otoño, en las Outer Banks, la penumbra creciente que por la tarde penetra sobre el océano, desde el este, constituye una oscuridad peculiar, un tipo de oscuridad que puede llevar tu mente a un lugar maravilloso donde expresar todo tipo de inquietudes, como la ingratitud hacia Dios, bajo una luz mortecina perfecta para que gente predispuesta a esas inquietudes cometa sus pecados. Ese otoño ocurren algunas cosas desagradables entre Steve y tú, relacionadas sobre todo con una chica de diecisiete años. Después del Día del Trabajo, quienes se lo pueden permitir se marchan de las Outer Banks. Solo quedan los despojos. Hay muchos robos en las casas de alrededor y, pese a que tendrían motivos, no sospechan de vosotros. Una noche, una chica rompe a puñetazos todas las ventanas de una agencia inmobiliaria cercana tras beberse casi un litro de vodka sola. El vidrio le desgarra los brazos desde las muñecas hasta los codos y, según dijeron luego los médicos, lo único que impidió que se le cayera la piel fueron todos los brazaletes que llevaba. Está casi desangrada, sentada en su mecedora en la oscuridad, cuando te la encuentras. Ha pedido ayuda con voz débil cuando pasabas por allí casualmente, tras una noche deprimente en un pabellón de baile casi vacío. Te llegó el olor a toda la sangre. Había sido una chica muy popular en verano y sus padres vienen para llevársela a un psiquiátrico.

Steve sale en barcazas de acero y tú haces un par de viajes en embarcaciones de madera que pescan gambas en Core Sound. Una noche pasas junto a un barco de la zona, propiedad de un pescador de verdad, de pies descalzos y encallecidos. Pertenece a la vieja escuela de pescadores de Wanchese: si trabajas en sus barcos, «más te vale cantar himnos y trabajar duro volcando pescado en cestas». Con él van su mujer, dos hijos, niño y niña, todos descalzos y negros de sol, todos eruditos de un tipo de sabiduría que tú no posees. Te invitan a cenar a una mesa en el barco repleta de pepinos, pescado, galletas recién horneadas, tomates, ocra, maíz, y el pescador da gracias a Dios por la generosa cosecha, la abundancia de agua, por su mujer y sus hijos, por tu amistad. Hay una Biblia en el puente de mando para los ratos muertos cuando no subís redes.

Esa misma noche, más tarde, te encargas del timón de la pequeña embarcación para pescar gambas, un modelo antiguo con el puente de mando en la popa. Es una noche sin luna ni nubes, y el manto de estrellas es tan denso que te causa claustrofobia y te cuesta respirar. Tienes nostalgia de tu casa pero no te apetece volver; estás hecho polvo por una chica y sin un cuarto en el bolsillo. Te sientes en quiebra. La última vez que pasaste una temporada en el hospital te visitaba una enfermera voluntaria y tú te preguntabas por qué seguía



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