Bullet Park by John Cheever

Bullet Park by John Cheever

autor:John Cheever [Cheever, John]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1969-01-01T05:00:00+00:00


10

Después del almuerzo Nellie se sirvió un whisky. «Debería ir a un psiquiatra», pensó, pero entonces recordó a aquel que había estado en su living, caminando en círculos alrededor de un invisible sillón de dentista. Lo odiaba, y no por sus negocios inmobiliarios sino porque ella siempre supuso que podría contar con la psiquiatría ante cualquier crisis y aquel sujeto la había despojado de esa ilusión. Recordó que la mujer de la limpieza —la ladrona— usaba dentadura postiza y que su desinfectante favorito era uno que, según los anuncios, olía a bosque de montaña, pero aquella imitación del bucólico aire montañés era tan tosca y repulsiva que parecía un mal chiste. Asientos de inodoros coronados de nieve. Eliot le había dicho que fuese a ver al gurú, de modo que fue.

El barrio de los pobres —el sector más antiguo del pueblo— se extendía a orillas del río. Nellie no pasaba nunca por allí. Había leído en el diario que robaban y golpeaban a las mujeres en pleno día, y que en los bares había peleas con cuchillos. Esa tarde llovía y había poca luz. La lluvia tiene siempre el mismo sabor; sin embargo, para Nellie había diferentes lluvias, que caían de cielos diferentes. Algunas lluvias caían como redes de pesca, de cielos cándidos como los de su niñez; otras caían con áspera violencia, otras con la sorpresa con que nos asalta un recuerdo. Ese día, la lluvia tenía el sabor salado de la sangre. Ese día, Nellie se metió en el barrio de los pobres, rumbo a la funeraria Peyton. El edificio era precario, con una puerta en arco para recibir piadosamente a los muertos (asesinados en peleas con cuchillo) que ingresaban y luego partían al tenebroso cementerio ubicado en el límite mismo de todo. A la izquierda de la puerta en arco había otra que supuso que llevaba a los cuartos de arriba. Cuando la abrió tuvo ante sus ojos un pasillo desnudo que desembocaba en una escalera.

Sintió una instantánea opresión en el pecho, la ausencia no sólo de la familiaridad que le proporcionaban sus dominios sino de un aroma esencial que condicionaba el ánimo de sus cromosomas. El hedor foráneo, inmemorial, de aquel pasillo, de los lugares como ése, la despojaba de toda certeza moral. Miró alrededor en busca de algún elemento familiar —un extinguidor habría sido suficiente—, pero no había nada en ese pasillo que tuviera que ver con ella. Si en ese mismo momento se le hubiese acercado uno de aquellos violadores de los que hablaban los diarios, habría quedado a su merced. Estaba perdida. Aterrorizada. Su instinto le ordenaba escapar; su deber la conminaba a subir aquella escalera. La contradicción entre ambos impulsos tenía la turbulencia de un río sin puentes, y le hizo ver la silenciosa discordia que había en su vida. Se sentía despidiéndose de sí misma en una estación ferroviaria; de pie entre los deudos al borde de una tumba. Adiós, Nellie.

No tenía nada que hacer allí, y lo sabía en el fondo de su corazón.



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