Ben-Hur (Traducción Raimundo Griñó) by Lewis Wallace

Ben-Hur (Traducción Raimundo Griñó) by Lewis Wallace

autor:Lewis Wallace [Wallace, Lewis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Drama, Histórico, Juvenil
editor: epubGratis
publicado: 1880-01-01T00:00:00+00:00


En naves… 60 talentos

Mercancías almacenadas… 110».

Cargas en tránsito… 75».

Camellos, caballos, etc… 20».

Almacenes… 10».

Letras de cambio……… 54».

Metálico… 224».

TOTAL…………… 553 talentos

—Añade a estos quinientos cincuenta y tres talentos los ciento veinte del capital original y tendrás seiscientos setenta y tres talentos, lo cual, hijo de Hur, significa que eres el hombre más rico del Mundo.

Volvió a tomar los papiros de manos de Esther y los entregó a Ben-Hur, reservándose uno. El orgullo que reflejaba su rostro provenía de la satisfacción de haber cumplido con su deber.

—Ya no hay nada —añadió bajando la voz, pero no la mirada—, ya no hay nada que no puedas hacer…

El momento era solemne. El mercader cruzó los brazos. Esther estaba ansiosa. El árabe acariciaba nerviosamente sus largas barbas. Recibir una gran fortuna es la prueba más decisiva para el carácter de un hombre.

Ben-Hur tomó los documentos y, luchando con su emoción, dijo con voz ronca:

—Esto es como una luz del cielo enviada para alumbrar mi camino en una noche oscura y tan larga que ya me figuraba que sería eterna. Doy gracias al Señor, que no me ha abandonado, y después a ti, Simónides. Tu fidelidad compensa la crueldad de los demás y redime la naturaleza humana. «Nada hay que no puedas hacer», has dicho. Tienes razón. No quiero que nadie me venza en generosidad en este momento. Serás mi testigo, jeque Ilderim. Escúchame, también, Esther…

Ofreció los papiros a Simónides.

»Te devuelvo la fortuna registrada en estos documentos, Simónides. Hazla tuya y séllala como donación mía a ti y a tus descendientes.

Esther sonreía con los ojos llenos de lágrimas; Ilderim, cuyas pupilas refulgían como brasas, se mesaba la barba nerviosamente. El único que permanecía tranquilo era Simónides.

—Pero ha de ser con una condición —añadió el joven.

Sus interlocutores estaban pendientes de sus palabras.

»Que me devuelvas los ciento veinte talentos que pertenecieron a mi padre.

El rostro de Ilderim se iluminó. Ben-Hur prosiguió:

»Y que me ayudes, con tu inteligencia y tus bienes, en la busca de mi madre y de mi hermana.

Simónides, emocionado, se apoderó de su mano y dijo:

—¡Bendiga el Señor tu buena voluntad! Jamás te faltaré, como nunca falté a tu padre ni a su memoria; pero me es imposible aceptar tu generosidad.

Desplegó el papiro que había empuñado durante la anterior conversación:

—Aún falta algo más. Lee este rollo en voz alta.

Ben-Hur lo leyó:



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