Astucia by Luis G. Inclán

Astucia by Luis G. Inclán

autor:Luis G. Inclán [Inclán, Luis G.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1865-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo XVII

El alcance del Buldog. Historia de Alejo Delgado o el Charro Acambareño

Pues señor, como íbamos diciendo, el Buldog en fuerza de tanta pesquisa, llegó a tener noticia de que los charros contrabandistas iban por el camino de Las Lajas y reservando sus planes, a buena hora dio órdenes, poniéndolos en planta sobre la marcha, calculando darles alcance en la cuesta consabida. Al pasar por San Simón frente a una casucha de mala traza, suponiendo el Bandolón que su caballo había tropezado, le alzó la rienda, diciendo recio para que lo oyeran los vecinos.

—Alza salado, no te quedes atrás, avanza —y se reunió con su jefe dándole cuerazos y metiendo espuelas.

Al tropel se puso tras de la puerta a observar un hombre que al escuchar aquellas palabras y conocer la voz, se puso su canana, tomó su carabina, y brincándole en pelo a su caballo, destapó cortando camino y en unos cuantos minutos les ganó la delantera y siguió a escape hasta alcanzar a sus amos, a los charros; la noticia fue tan violenta como la disposición del enemigo, la recibieron al empezar a subir una prolongada cuesta, aquel sitio era intransitable para poder dejar el camino y emboscar el hatajo, la noche estaba muy oscura, y era muy probable que alguna mula se desbarrancara; lo menos dilatarían las mulas cargadas media hora para subir, un cuarto para bajar, y otro cuarto de hora para llegar a donde cortaba una vereda que conducía a su paradero, al puerto de salvamento; todo lo calculó Astucia y exclamó:

—¡Una hora! ¿Por dónde calculas que vendrán en este momento los sabuesos? —le preguntó al galgo.

—Señor, venían recio, y ahora empezarán a atravesar el pinal de la cruz chaparra.

—Entonces ni a cuidado llega; a ver, cuatro hombres con sus hachas y montados; Charro, vete arreando a buen paso, Pepe, acompáñame, Simón y el Chango que nos esperen en la cumbre con ocho o diez reatas sueltas, las estacas de jatear y sus mazos, y todos los demás vayan aviando, cuando lleguen a las Escobas, cortan para el paradero y me mandan al Sultán; en marcha.

Diciendo y haciendo, conforme mandaba era obedecido.

—Retrocede, galgo, ¿traes cartuchos?

—Sí, señor, tres paradas.

—Con esas basta, adelántate a encontrarlos a toda prisa, suelta el hilo a ese pixtle. y en cuanto los columbres te emboscas a un ladito del camino y les empiezas a echar guasca para contenerlos y avisamos por dónde vienen; y así que te suelte un tiro de este lado, te escabulles y no paras hasta tu casa, me los dejas venir no sin silbarles para torearlos.

Partió a escape el galgo, y Astucia tras él con Pepe y los cuatro arrieros al galope; de repente se oyó un tiro no muy distante y le respondieron otra porción; sentó Astucia su caballo y se volvió paso a paso, en el paraje más a propósito por su estrechez dijo:

—Abajo ese ocote y que caiga para este lado, con dos basta, ustedes otros tiren éste del frente.

En unos cuantos minutos cayeron aquellos



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