Así Habló Zaratustra by Nietzsche Friedrich

Así Habló Zaratustra by Nietzsche Friedrich

autor:Nietzsche, Friedrich [Nietzsche, Friedrich]
Format: epub
Tags: General Interest
publicado: 2009-12-12T14:12:05+00:00


313 Véase la nota 137.

En el monte de los olivos314

El invierno, mal huésped, se ha asentado en mi casa; azuladas se han puesto mis manos del apretón de manos de su amistad.

Yo honro a este mal huésped, pero me gusta dejarlo solo. Me gusta alejarme de él; ¡y si uno corre bien, consigue escaparse de él!

Con pies calientes y pensamientos calientes corro yo hacia donde el viento está tranquilo, – hacia el rincón soleado de mi monte de los olivos.

Allí me río de mi severo huésped, y hasta le estoy agradecido porque me expulsa de casa las moscas y hace callar muchos pequeños ruidos.

Él no soporta, en efecto, que se ponga a cantar un solo mosquito, y mucho menos dos; incluso a la calleja la deja tan solitaria que la luna tiene miedo de penetrar en ella por la noche.

Es un huésped duro, – pero yo lo honro, y no rezo, como los delicados, al panzudo ídolo del fuego.

¡Es preferible dar un poco diente con diente que adorar ídolos! – así lo quiere mi modo de ser. Y soy especialmente hostil a todos los ardorosos, humeantes y enmohecidos ídolos del fuego.

A quien yo amo, lo amo mejor en el invierno que en el verano; y ahora me burlo de mis enemigos, y lo hago más cordialmente desde que el invierno se ha asentado en mi casa.

Cordialmente en verdad, incluso cuando me arrastro a la cama -: allí continúa riendo y gallardeando mi encogida felicidad; incluso mis sueños embusteros se ríen.

¿Yo uno – que se arrastra? Jamás me he arrastrado en mi vida ante los poderosos; y si alguna vez mentí, mentí por amor. Por ello estoy contento incluso en la cama de invierno.

Una cama sencilla me calienta más que una cama rica, pues estoy celoso de mi pobreza. Y en invierno es cuando ella más fiel me es.

Con una maldad comienzo cada día, con un baño frío me burlo del invierno: eso hace gruñir a mi severo amigo de casa. También me gusta hacerle cosquillas con una velita de cera: para que permita por fin que el cielo salga de un crepúsculo ceniciento.

Especialmente maligno soy, ciertamente, por la mañana: a una hora temprana, cuando el cubo rechina en el pozo y los caballos relinchan por las grises callejas: –

aguardo impaciente a que acabe de levantarse el cielo luminoso, el cielo invernal de barbas de nieve, el anciano de blanca cabeza, –

–¡el cielo invernal, callado, que a menudo guarda en secreto incluso su sol!

¿Acaso de él he aprendido yo el prolongado y luminoso callar? ¿O lo ha aprendido él de mí? ¿O acaso cada uno de nosotros lo ha inventado por sí solo?

El origen de todas las cosas buenas es de mil formas diferentes, – todas las cosas buenas y petulantes saltan de placer a la existencia: ¡cómo iban a hacerlo tan sólo – una sola vez!

Una cosa buena y petulante es también el largo silencio y el mirar, lo mismo que el cielo invernal, desde un rostro luminoso de ojos



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