Ana de las tejas verdes 10--La familia crece by Lucy Maud Montgomery

Ana de las tejas verdes 10--La familia crece by Lucy Maud Montgomery

autor:Lucy Maud Montgomery
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2022-06-17T05:04:13+00:00


—Es mejor que te quedes —dijo Leslie con aspereza—. Hoy ha llovido y el suelo está húmedo. Buenas noches.

—¿He perdido a mi amiga? —preguntó Ana con un suspiro—. Si la operación sale bien y Dick Moore vuelve a ser el de antes, Leslie se ocultará en algún remoto rincón de su alma y nadie podrá volver a encontrarla jamás.

—A lo mejor lo deja —sugirió Gilbert.

—Ella jamás haría algo así, tiene mucho sentido del deber. Una vez me dijo que su abuela siempre le había enseñado que, cuando adquiría una responsabilidad, jamás debía abandonarla, fueran cuáles fuesen las consecuencias. Esa es una de sus normas cardinales.

—No te enfades con ella, Ana. Sabes que tú opinas lo mismo. Y no te equivocas: desentenderse de las responsabilidades es la causa de la mayor parte de las insatisfacciones del mundo.

—Pareces un predicador —bromeó Ana.

Pero, bajo aquella apariencia de humor, sabía que Gilbert tenía razón y sufría mucho por Leslie.

Una semana más tarde, la señorita Cornelia entró en la casa como una avalancha. Gilbert había salido y Ana se vio obligada a resistir la conmoción del impacto a solas. La mujer apenas esperó a quitarse el sombrero antes de empezar.

—Ana, dime que no es verdad lo que he oído: que el doctor Blythe le ha dicho a Leslie que Dick puede curarse y que ella va a llevárselo a Montreal para que lo operen.

—Sí, es verdad, señorita Cornelia —contestó Ana con valentía.

—Es una crueldad inhumana, eso es lo que es —replicó la mujer muy agitada—. Creía que el doctor Blythe era un hombre decente, no lo creía capaz de hacer algo así.

—El doctor Blythe creía que era su deber decirle a Leslie que Dick tenía una oportunidad —dijo Ana con firmeza y, dejándose arrastrar por la lealtad hacia su marido, añadió—: Y yo estoy de acuerdo con él.

—No lo estás, querida, tú no —la contradijo la señorita Cornelia—. Ninguna persona con un mínimo de compasión lo estaría.

—Pues el capitán Jim sí es de la misma opinión que Gilbert.

—No me vengas con las opiniones de ese vejestorio —gritó la señorita Cornelia—. Además, me da igual quién esté de acuerdo con quién. ¡Piensa en lo que esto significa para esa pobre criatura atormentada!

—Lo hemos pensado. Pero Gilbert cree que un médico debe poner el bienestar de un paciente por encima de cualquier otra consideración.

—¡Qué típico de un hombre! Pero esperaba más de ti, Ana —dijo la mujer con más dolor que rabia, y después procedió a bombardear a Ana con los mismos argumentos que esta había empleado para atacar a Gilbert.

La disputa fue larga, pero al final la señorita Cornelia le puso fin diciendo:

—Es una vergüenza inicua —declaró casi entre lágrimas en un tono nada cortés—. Eso es lo que pienso que es. ¡Pobrecita Leslie!

—¿No crees que también deberíamos pensar un poco en Dick? —sugirió Ana.

—¡En Dick Moore! Él ya es feliz tal como está. Ahora mismo se comporta mejor y es más respetable de lo que lo fue nunca.

—A lo mejor se reforma —afirmó Ana sin saber muy bien por dónde salir.



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