Alma de blues by Jordi Sierra i Fabra

Alma de blues by Jordi Sierra i Fabra

autor:Jordi Sierra i Fabra [Sierra i Fabra, Jordi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Juvenil, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1991-03-01T00:00:00+00:00


13

Baby Tom no se encontraba en su casa de los suburbios de Gardendale, casi en el límite con Fultondale. Examinó la relación de direcciones facilitada mancomunadamente por Nadine y por Milton Nedd para elegir a su siguiente candidato. Fue entonces cuando oyó una voz de mujer. Le hablaba a él, desde un balconcito en la casa contigua.

—¿Está buscando a Baby Tom?

—Así es.

—Esta mañana ha ido a un entierro. No se encontraba muy bien, parecía deprimido. ¿Por qué no echa un vistazo al parque? Suele pasar ahí muchas horas, sentado al sol, como los lagartos, recordando los viejos tiempos.

—¿Dónde está ese parque?

—Todo recto, a media milla. ¿No es usted de por aquí?

Le dijo que no, aunque siendo blanco casi resultase obvio, después regresó al coche y lo dejó rodar por una suave pendiente buscando el parque indicado por la mujer. Probablemente era de lo más generoso llamarlo así, porque de lo único que se trataba era de un terreno abierto, con escasos árboles, algunos bancos de piedra y una zona de juegos para los niños. Aparcó el automóvil sin problemas y se internó por la zona. Los gritos de los niños le impidieron, al principio, oír aquel sonido.

Una armónica.

Hubiera dado con él de todas formas. Baby Tom estaba sentado en el banco más alejado, a tiro de piedra de un bosque desigual y caótico. Su imagen era la del desconsuelo y el abatimiento, muy poco diferente de la que podría ofrecer un vagabundo perdido y solitario, un homeless de Nueva York. Todavía tenía las ropas mojadas. Una botella envuelta en papel, a su lado, demostraba que, pese al calor, se estaba calentando por dentro.

El sonido de su armónica, puro y triste, seguía siendo uno de los más bellos jamás logrados con ese instrumento. Pese a la edad, probablemente todavía fuese uno de los tres o cuatro mejores armónicas del mundo.

Se sentó a su lado, con la botella en medio. Baby Tom no le miró, continuó tocando, un minuto, dos. Sam dejó que lo hiciera. Los dedos del músico eran largos y delgados. La mano izquierda había adquirido ya la malformación característica de su eterna posición con la armónica, formando un ángulo recto. No interpretaba ninguna melodía especial, sólo tocaba, dejándose llevar, atrapado por un sentimiento más espeso que ninguna otra emoción. Y de la misma forma que lo hacía, se detuvo, para coger la botella y dar un largo trago. Era whisky.

Entonces le vio.

Sabía quién era, pero sus ojos no cambiaron de expresión. Estaban enrojecidos, tanto por la falta de sueño como a consecuencia de la bebida ingerida hasta ese momento. Los ojos de un borracho masacrados por la edad y el infinito peso de una gran amargura. Volvió a dejar la botella en el banco y pareció dispuesto a seguir tocando.

Sin embargo no lo hizo. Hipó, tuvo un estremecimiento y se dejó caer hacia atrás, con los ojos cerrados.

—¿Qué quieres, tío? —le preguntó con voz pastosa.

—Nada en especial —mintió Sam—. Los dos hemos perdido a un amigo.

Baby Tom le miró de nuevo, esta vez con un ligero acento de sorna.



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