Aislada Navidad by Rachelle Ayala

Aislada Navidad by Rachelle Ayala

autor:Rachelle Ayala
La lengua: spa
Format: epub
editor: Babelcube Inc.
publicado: 2021-11-17T00:00:00+00:00


Capítulo Siete

–Juliette, ¿puedes oírme? –Una mano sacudió sus mejillas, y un aire cálido sopló en su rostro. –Abre los ojos, cariño. ¿Cuánto tiempo llevas aquí fuera?

–¿Dónde estoy? –Los labios de Juliette se abrieron y parpadeó, preguntándose si vería la cara de Dios.

Era Gabe, aunque en ese momento se parecía a un ángel, un ángel de piel oscura con barba de dos días, una recta nariz aguileña, y labios carnosos. Y ojos tan conmovedores, tan grandes y redondos como los de los ángeles pintados en los iconos rusos que vio en un museo en su excursión de quinto a Balboa Park.

–¿Estás bien? Cuando volvimos con el árbol no pudimos encontrarte. Patrick señaló tus huellas, así que le dije que te quedases en casa por si regresabas. Vine tras de ti y te encontré sentada aquí–. Su aliento calentaba su cara y era tan encantador como la niebla de una cascada en Yosemite, la que había visitado durante su luna de miel.

–¿Aún me quieres?

Su pregunta le hizo daño. Podía verlo, y aunque quería conocer la respuesta, ella estaba distante, flotando, anestesiada, y sin preocupaciones.

–No es una cuestión de si te quiero, Juliette. Es una cuestión de vivir contigo–. Su respuesta estaba medida.

–¿Puedes perdonarme? ¿Puedes ser como Dios y perdonarme?

–Pensé que estabas enfadada con Dios porque Él no hacía lo que querías.

–Todo lo que pedía era un pequeño milagro. Ha hecho grandes milagros como separar las aguas del Mar Rojo y alimentar a cinco mil. Todo lo que yo pedía era muy pequeño desde Su perspectiva, pero habría significado todo el mundo para mí.

Gabe apoyó sus labios en su frente. –Quizás Él ya te ha dado un milagro. Solo que no puedes verlo.

–Entonces enséñamelo, Gabe. Enséñamelo para que no solo pueda verlo, sino sentirlo.

Él apretó los labios y sacudió la cabeza. –No soy el hombre que puede hacerte feliz. Volvamos a la casa para que puedas entrar en calor.

–No quiero volver –Juliette se dejó caer contra la helada parada de autobús. –Déjame aquí.

Él no discutió. En vez de eso se la echó al hombro y la llevó en brazos cada paso del camino. Era gracioso; le recordaba ese poema sobre las pisadas en la arena. Donde Dios la llevaba en lugares donde solo había un solo par de pisadas.

–Gabe, aún te quiero. Quiero ser una esposa mejor. Por favor, dame la oportunidad.

Él no respondió, y ella no estaba segura de que la hubiera oído. El viento aumentó y aulló, y la nieve soplaba contra ellos mientras se abrían camino despacio hacia la cabaña.

# # #

Juliette se tumbó en el sofá, arropada por cálidas mantas delante de un fuego vivo. En frente de ella, Patrick y Gabe decoraban el diminuto árbol. Dentro de la cabaña no parecía tan majestuoso como lo había parecido de pie orgulloso en el bosque. Ella se preguntaba por el anual sacrificio de árboles, pero estaba demasiado cansada como para decir nada.

Gabe tarareaba canciones de navidad mientras sacaba adornos de las cajas de cartón que había traído de su casa.



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