Afrodita by Pierre Louÿs

Afrodita by Pierre Louÿs

autor:Pierre Louÿs [Louÿs, Pierre]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 1894-12-31T16:00:00+00:00


LIBRO TERCERO

I

La llegada

Más de veinticinco años hacía que Bakkhis era cortesana. Esto quiere decir que frisaba en los cuarenta y había cambiado varias veces de aspecto su belleza.

Su madre, que durante largo tiempo fue directora de su casa y consejera de su vida, le había inculcado principios de conducta y de economía, que poco a poco le habían llevado a adquirir considerable fortuna, de la que podía usar sin tasa en la edad en que la magnificencia del lecho suple al esplendor del cuerpo.

En lugar, pues, de comprar a alto precio esclavas adultas en el mercado —gasto que tantas otras juzgaban necesario y que arruinaba a las cortesanas jóvenes— supo durante diez años contentarse con una sola negra, y atender al porvenir haciéndola que quedase preñada cada año, a fin de adquirir gratuitamente una domesticidad numerosa que constituiría más tarde una riqueza.

Como había escogido cuidadosamente al padre, su esclava dio a luz siete mulatas muy bellas, y también tres varones, que mandó matar, porque los esclavos infunden inútiles sospechas a los amantes celosos. Dio a las siete jóvenes los nombres de los siete planetas y les señaló diversas atribuciones en conformidad lo más posible con la denominación que llevaban. Heliope era la esclava del día, Selene la esclava de la noche, Aretias cuidaba de la puerta. Afrodisia atendía al lecho, Hermiona se encargaba de las compras y Cronomagira de la cocina. Por último, Diomeda, la intendente, tenía para sí las cuentas y la responsabilidad.

Afrodisia era la esclava favorita, la más bella y la más amada. Con frecuencia, su ama le hacía compartir su lecho, a solicitud de los amantes que la codiciaban y estaba exenta de trabajos serviles para que conservara suaves las manos y delicados los brazos. Por favor excepcional, dejaba de cubrirse los cabellos, de suerte que la tomaban a menudo por una mujer libre, y aquella misma noche iba a ser manumitida por el enorme precio de treinta y cinco minas.

Las siete esclavas de Bakkhis, todas de elevada estatura y admirablemente engalanadas, le proporcionaban tanto orgullo, que nunca salía sin llevarlas de séquito, a riesgo de dejar sola su casa. A esta imprudencia debió Demetrios el poder entrar con tanta facilidad. Pero todavía ignoraba ella su desgracia cuando salió el festín al que invitó a Khrysís.

Fue Khrysís la primera en llegar esa noche.

Vestía una túnica verde adornada de enormes ramas de rosas que se ensanchaban sobre sus senos.

Le abrió Aretias la puerta sin que llamase, y la condujo, como la costumbre griega lo exigía, a una piececita separada, en donde le desató las sandalias rojas y le lavó con esmero los desnudos pies. Después, alzándole la túnica o separándola, según el sitio, la perfumó por todas partes, pues a los invitados se les evitaban todas las molestias, aun la del tocado, antes de comer. Le presentó en seguida un peine y alfileres para corregir el peinado, así como pomadas y afeites secos para los labios y las mejillas.

Cuando Khrysís estuvo presta, preguntó a la esclava:

—¿Cuáles son las



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