Adelita by Sofía Guadarrama Collado

Adelita by Sofía Guadarrama Collado

autor:Sofía Guadarrama Collado
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial México
publicado: 2017-09-06T00:00:00+00:00


11

LA IMPOSTORA

Si Adelita quisiera ser mi novia.

Y si Adelita fuera mi mujer,

le compraría un vestido de seda

para llevarla a bailar al cuartel.

Mientras el cuerpo inconsciente de Altagracia Yacía en el piso de tierra, Silverio contemplaba en silencio sus dos maletas, una de ellas repleta de dinero y la otra de ropa, artículos personales y equipo de medicina, el cual no había utilizado hasta el momento, ya que no habían tenido heridos en los pueblos que habían tomado.

Por primera vez, desde que habían llegado a Chihuahua, Silverio había sentido deseos de abandonar el movimiento. Le gustaba la adrenalina de la guerra, la compañía de los revolucionarios, pero sabía que el dinero que les había robado a Altagracia y Dolores no estaría a salvo todo el tiempo. Corría el riesgo de que su maleta se extraviara, o que tarde o temprano, alguien la abriera por accidente o intencionalmente. Silverio no podría justificar la posesión del dinero con aquellas jóvenes en el campamento. Si Altagracia lo acusaba de robo, Pancho Villa lo mandaría fusilar.

Silverio tenía claro que su estancia entre los revolucionarios sería corta; mucho más de lo que había planeado antes de conocer a Altagracia y Dolores. También hasta ese momento se arrepintió de llevarlas a Chihuahua. Sin ella habría sido muy fácil justificar el dinero que escondía.

Lamentó haber perdido el control aquella noche. No tanto por los golpes que le había propinado a aquella adolescente, sino por el riesgo que corría de ser denunciado ante Villa. Muy probablemente Altagracia no habría sido capaz de decir una palabra, pero el resto de las mujeres podrían hacerlo. Tal vez no directamente, sino por medio de sus amantes. Sin lugar a dudas, cualquiera de esos hombres haría lo que fuera por deshacerse de Silverio con tal de quedarse con una de las jóvenes más guapas del campamento.

Eran las dos de la madrugada. Todos dormían excepto algunos vigilantes. Altagracia y Silverio se encontraban en el cuarto donde guardaban el armamento. Altagracia seguía inconsciente. Él analizó la posibilidad de huir esa madrugada cálida. Había terminado el invierno. Tenía claro que huir del campamento a esas horas era casi imposible. Cualquier ruido alertaría a todos, especialmente a Pancho Villa, que, a decir de muchos, dormía con un ojo abierto. Sus años como bandolero le habían heredado ese hábito. Despertaba varias veces en la noche y por lo regular se cambiaba de sitio, incluso se iba a lugares muy alejados del campamento.

Pancho Villa era demasiado astuto como para que alguien como Silverio lo engañara. Aunque no habían tenido contacto directo con la mayoría de sus hombres, los tenía bien ubicados. No tenía tiempo para platicar con cada uno de ellos, pero sus ojos y oídos siempre estaban alertas.

Nadie sabía con exactitud qué era lo que hacía a Pancho Villa tan interesante y admirado por todos; incluso el mismo Francisco I. Madero quedó impresionado al conocerlo en San Andrés, en marzo de 1911. Villa lo recibió con seiscientos rancheros, mal vestidos, mal comidos y mal armados, pero bien formados.

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