A de Adulterio by Sue Grafton

A de Adulterio by Sue Grafton

autor:Sue Grafton [Grafton, Sue]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1981-12-31T16:00:00+00:00


15

Llegué a Claremont a las seis después de cruzar Ontario, Montclair y Pomona, términos municipales sin municipio auténtico y fenómeno característico de California: una serie de avenidas comerciales y un par de hectáreas con casas que adquieren código postal y se convierten en realidades geográficas en el mapa. Claremont es una rareza en el sentido de que se parece a una apacible aldehuela mesooccidental con sus olmos y vallas de madera. En el desfile anual del Cuatro de Julio marchan bandas con instrumentos de juguete, pelotones de niños montados en bicicletas decoradas con papel de seda y un destacamento autoparódico de maridos con bermudas, calcetines negros y zapatos de charol que hacen ejercicios militares con máquinas de cortar césped. Si no fuera por la polución, Claremont, que tiene el monte Baldy como impresionante telón de fondo, podría considerarse «pintoresco».

Me detuve en una gasolinera y desde allí telefoneé al número de Diane que me había dado Gwen. No estaba en casa, pero su compañera de piso me dijo que volvería a las ocho. Me adentré en Indian Hill Boulevard y giré a la izquierda para acceder a Baugham. Mis amigos Gideon y Nell viven a cuatro pasos de allí en una casa que comparten con dos niños, tres gatos y una minipiscina circular. A Nell la conozco desde que era estudiante. Es una criatura de elevada capacidad intelectual y humor retorcido que nunca se sorprende demasiado cuando me presento en su puerta. Esta vez pareció alegrarse y todo, y me senté en su cocina para charlar mientras ella preparaba una sopa. Volví a llamar a Diane después de cenar y quedamos en vernos para comer. Nell y yo salimos después a la terraza, nos desnudamos y nos metimos en la minipiscina con una botella de vino blanco frío y un montón de cosas que contarnos. Gideon retuvo amablemente a los niños en la bahía. Dormí en el sofá aquella noche con un gato encogido contra mi pecho y preguntándome si habría alguna manera de que yo llevase una vida así.

Me reuní con Diane en uno de esos restaurantes de vegetales–con–pan–integral que parecen hechos en serie: mucha madera natural barnizada, plantas colgantes de aspecto lozano, ventanales con visillos y vidrios emplomados, y camareros que no fuman tabaco pero que sin duda aceptan cualquier otra cosa que se les dé. El que nos sirvió era delgado, de pelo ralo y un bigote negro que se mesaba sin parar, y que tomó nota de nuestro pedido con una formalidad que no creo merezca ningún bocadillo de este mundo. El mío fue de bacón con aguacate. El de mi amiga, un «combinado vegetariano» emparedado en pan árabe.

—Me ha dicho Greg que te trató francamente mal cuando fuiste a verle —dijo y se echó a reír. El contenido de su bocadillo comenzó a escurrirse por una grieta del pan árabe y pasó la lengua por encima.

—¿Cuándo hablaste con él? ¿Anoche?

—Sí. —Dio otro bocado sin tomar precauciones y vi cómo se lamía los dedos y se limpiaba la barbilla.



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