A cien millas de Manhattan by Guillermo Fesser

A cien millas de Manhattan by Guillermo Fesser

autor:Guillermo Fesser [Fesser, Guillermo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2008-01-01T00:00:00+00:00


Marzo representa en Rhinebeck el mes de la transición. Ha llovido sin parar durante varios días y el panorama ha cambiado por completo. Se ha roto el hielo y el Hudson avanza lento pero seguro como la lengua de un glaciar. Da la impresión de que es la tierra la que se mueve. Se dice de este mes que se presenta como un león y se marcha como un cordero. Pero no hay que confiarse. Con la llegada de los primeros deshielos uno siente que por fin deja el largo invierno atrás. Ayuda sobremanera a este convencimiento la aparición de tulipanes y narcisos en los huecos de hierba que se abren en los neveros. Y, de pronto, te pilla desprevenido una nueva tormenta de nieve. ¿Será posible? Sea como fuere, marzo es el mes más dulce del año en el valle porque la savia azucarada regresa al tronco de los arces y es tiempo de preparar el sirope. Los indígenas se percataron del fenómeno al observar que las ardillas lamían la corteza de los árboles. Tuvieron su mérito en adivinarlo porque, probada la savia tal cual sale del tronco, su sabor es asqueroso y de dulce no tiene un pelo.

La bondad de la cosecha de cada año la marcan las condiciones meteorológicas, ya que la combinación de noches gélidas y días templados es la causante de que la savia fluya. Hay que estar atento porque solamente lo hace generosamente unas cinco o seis veces y en un breve periodo de seis semanas. Si se ordeña el tronco demasiado pronto, no se obtendrá nada; si se intenta demasiado tarde, el líquido se habrá vuelto escaso y amargo y no servirá para confeccionar sirope. Los días de gloria empiezan cuando la temperatura nocturna sigue manteniéndose en niveles inferiores a los cuatro bajo cero y, sin embargo, a media mañana el sol consigue remontar el termómetro por encima de los seis grados centígrados. Si esto ocurre, las raíces pueden recoger agua del suelo y la presión que se origina en el tronco, en combinación con la fuerza de la gravedad, arrastra la savia por los agujeros que se hayan practicado en la corteza.

Los árboles no tienen un corazón, como el de los animales, que les bombee la sangre por el cuerpo. Por eso, la llegada de la savia por efecto de la capilaridad desde las raíces hasta las hojas de la copa, a veinte metros del suelo, constituye un milagro para el que todavía la ciencia no ha hallado respuestas convincentes. Se habla de tensión superficial, de la diferencia de presión entre la atmósfera y el suelo, del efecto de la respiración pero, lo cierto, es que nadie sabe cuál es el motor del sistema de vasos capilares que llevan la vida a las células de la planta. Lo que sí se ha identificado es el sistema circulatorio. Igual que en los seres humanos, los árboles tienen venas y arterias. El xilema se corresponde con los vasos encargados de que la savia bruta,



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