El Chancellor by Jules Verne

El Chancellor by Jules Verne

autor:Jules Verne [Verne, Jules]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1875-01-23T16:00:00+00:00


XXVII

6 de diciembre: He conseguido dormir unas horas. A las cuatro de la mañana el silbido de la brisa me despierta bruscamente. Escucho la voz de Robert Kurtis, que resuena en medio de las ráfagas que estremecen la arboladura.

Me levanto. Fuertemente sujeto a las sogas extendidas alrededor de la cofa, trato de ver lo que ocurre debajo y a mi alrededor.

En medio de la oscuridad, la mar ruge bajo mis ojos. Grandes capas de espuma, más bien lívidas que blancas, pasan entre los mástiles, a los que el balanceo imprime grandes oscilaciones. Sombras negras, a popa del navío, resaltan sobre el color blanquecino de la mar. Esas sombras son el capitán Kurtis y el bosseman. Sus voces, poco claras en medio del ruido de las olas y de los silbidos de la brisa, me llegan a los oídos como un gemido.

En este momento uno de los marineros, que ha subido a la cofa para amarrar una jarcia, pasa cerca de mí.

—¿Qué ocurre? —le pregunto.

—El viento ha cambiado…

El marinero añade inmediatamente algunas palabras que no puedo entender con claridad. Sin embargo, me parece que ha dicho «en redondo».

¡En redondo! ¡Entonces el viento habrá saltado del nordeste al suroeste, y ahora nos empujará hacia el océano! ¡Luego mis presentimientos no me han engañado!

En efecto, va amaneciendo poco a poco. El viento no ha cambiado totalmente en redondo, pero —circunstancia también funesta para nosotros— sopla del noroeste. Por tanto nos aleja de tierra. Además ahora ya tenemos cinco pies de agua sobre la cubierta, cuyos empalletados han desaparecido completamente. El navío se ha hundido más durante la noche, y el castillo de proa así como la toldilla se encuentran ahora al nivel de la mar, que los barre incesantemente. Bajo el viento, Robert Kurtis y la tripulación trabajan para finalizar la construcción de la balsa, pero la faena no puede ir demasiado rápida, vista la violencia de las aguas, y hay que tomar serias precauciones para que el armazón no se disloque antes de quedar totalmente consolidado.

En este momento los señores Letourneur se encuentran de pie, cerca de mí, y el padre sostiene al hijo contra la violencia de los bandazos.

—¡Pero esta cofa va a romperse! —exclama el señor Letourneur, al escuchar los crujidos de la estrecha plataforma que nos sostiene.

La señorita Herbey se levanta al escuchar estas palabras, y, mostrando a la señora Kear tendida a sus pies:

—¿Qué debemos hacer, señores? —pregunta.

—Hay que continuar donde estamos —respondo yo.

—Señorita Herbey —añade André Letourneur—, éste sigue siendo nuestro refugio más seguro. No tema nada…

—No tengo miedo por mí —responde la joven con su voz tranquila—, ¡sino por los que tienen alguna razón para seguir viviendo!

A las ocho y cuarto el bosseman grita a los hombres de la tripulación:

—¡Eh! ¡A proa!

—¿Qué hay, señor? —responde uno de los marineros, O’Ready, creo.

—¿Está ahí la ballenera?

—No, señor.

—¡Entonces se ha ido a la deriva!

En efecto, la ballenera ya no está suspendida del bauprés, y casi inmediatamente se comprueba la desaparición del señor Kear, de Silas Huntly y de tres hombres de la tripulación, un escocés y dos ingleses.



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