14 by Jean Echenoz

14 by Jean Echenoz

autor:Jean Echenoz [Echenoz, Jean]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2011-12-31T16:00:00+00:00


9

A finales de enero, como estaba previsto, Blanche dio a luz a una criatura, sexo femenino, 3,620 kilos, nombre Juliette. A falta de padre legal, falta tanto más irresoluble cuanto que ese padre biológico, de todos conocido, se había estrellado seis meses atrás en la periferia de Jonchery-sur-Vesle, se le puso el apellido de la madre. Juliette Borne, por lo tanto.

El hecho de que la madre hubiera tenido a aquella niña fuera del matrimonio no causó gran escándalo, ni siquiera suscitó demasiados rumores. La familia Borne era bastante liberal: Blanche se limitó a no dejarse ver apenas durante seis meses por el pueblo. Después del nacimiento, se decidió atribuir el retraso de la boda a la guerra, se dio por supuesto un noviazgo inexistente y se intentó ocultar la ilegitimidad de los hechos tras la figura del supuesto padre, inmediatamente convertido en héroe, dotado de una aureola de valentía y condecorado con una medalla póstuma, misión de la que se cuidó diligentemente Monteil. Si bien el padre de Blanche, razonando a largo plazo, lamentó sin exteriorizarlo que, por falta de heredero varón, quedase en el aire el futuro de la fábrica, el nacimiento de Juliette no impidió que la niña, huérfana de padre desde antes de nacer, fuera llevada en palmitas por todos.

No me lo perdono, suspiró Monteil, esto no lo superaré nunca. Gracias a las relaciones del médico, confiaban en que, al eludir el frente, Charles se hallara más a salvo del fuego enemigo en el aire que en tierra. Las relaciones habían funcionado, todo había ido bien, pudieron librarlo de los combates en tierra y lograr que lo destinaran a la naciente aviación —de la que los civiles no podían imaginar que llegaría a ocupar un papel tan activo en los combates—, como si fuese una bicoca. Pero resultó un cálculo erróneo y el padre putativo de Juliette desapareció mucho antes en el cielo de lo que lo habría hecho en el barro. Me lo echaré en cara toda la vida, repetía Monteil. Posiblemente le habría ido mejor en la infantería. Quién iba a decirlo. Blanche replicó sucintamente que de nada servía lamentarse, que más valía no darle vueltas al asunto, que no estaría mal que le echase un vistazo a la niña.

La cual tenía tres meses, daba comienzo la primavera, ahora Blanche veía retoñar las cosas en los árboles, aunque seguía sin asomar el menor pájaro por la ventana bajo la que se había detenido el landó. Discúlpeme, dijo Monteil, levantándose pesadamente de la butaca, sacando a la niña del cochecito para examinarla —respiración, temperatura, exploración—, y declarando que a decir verdad todo iba a pedir de boca. Muy bien, dijo Blanche, dándole las gracias y acomodando a la lactante en el cochecito. Y sus padres, quiso saber Monteil. Van tirando, dijo Blanche, lo pasaron mal después de la muerte de Charles, pero la niña los distrae. Sí, volvió a la carga Monteil, no me perdonaré nunca lo que hice, pero lo hice por su bien, de verdad.



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