Vieja Tierra by Nick Kyme

Vieja Tierra by Nick Kyme

autor:Nick Kyme [Kyme, Nick]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2019-01-01T00:00:00+00:00


Dieciséis

La Gorgona, desenmascarada

La mirada de Vulkan no se había apartado de la colosal silueta que se sentaba en el trono. En las lindes de la multitud, más allá de la falange de escudos de abordaje, más allá de los servidores de mandíbula floja y los aparejos de armas autómatas esclavas, persistente en su visión periférica vio al otro. El necrófago. El caparazón demacrado, miserable y furioso.

—Ferrus…

Cerró los ojos con fuerza. Nadie le había escuchado. O había susurrado el nombre de su hermano o no lo había dicho en voz alta. Vulkan volvió a mirar y la aparición de sus viejos delirios se había esfumado, pero el otro seguía allí, el que estaba envuelto en una capa y sentado en un trono como un rey de la Vieja Albia.

Tan solo la estatura ya lo distinguía de los legionarios. Lucía una servoarmadura cuyos ritmos mecánicos resultaban familiares aunque extrañamente inquietantes.

«No puede ser él. Está muerto. Si lo es, entonces significa que se me ha ido la cabeza. Si es él, puede que yo siga dentro de la montaña y que esto sea producto de la imaginación de una mente febril».

Los primarcas, al menos algunos, podían sentir la presencia de sus hermanos. Vulkan debería haber sido capaz de detectar la verdad a pesar de la capucha de falsedad, pero puso en entredicho sus instintos. Había visto a Ferrus con anterioridad, en circunstancias mucho más oscuras que aquella. Durante un horrible instante, consideró que igual no había conseguido salir de la caldera en las profundidades del Fuego Letal y, en cambio, todavía soñaba dentro del corazón-sangre de Nocturne.

Vulkan posó los ojos sobre la mano, la «mano de hierro», aunque no existía honorífico más falso para describirla. La plata brillaba bajo la tenue luz; la extremidad milagrosa la absorbía y reflejaba. No se trataba de hierro ni de plata, aquel metal con el que la habían creado desafiaba cualquier clasificación conocida. Solo había una cosa clara.

Era única.

Y no solo eso, le faltaba un dedo.

«¿Es mi hermano el que se encuentra ante mí?».

Vulkan se imaginó a sí mismo aproximándose a la sombra de Ferrus, de la misma forma en la que aquellos atormentados por los muertos tratan de ponerse en contacto con el espectro de aquellos que ya se han marchado. Sin embargo, se mantuvo inmóvil y el trauma psicológico pasó con prontitud y de forma inadvertida.

—Es la voluntad de Ferrus Manus —declaró aquel al que llamaban Aug.

—Nuestro primarca ha regresado con nosotros —añadió otro, Kernag, el que se daba aires de grandeza.

La mano se levantó, o al menos eso hicieron los dedos que le quedaban. Y se quedó en lo alto.

Vulkan volvió a cerrar los ojos, se negaba a creer, a tener esperanzas.

«Está muerto y los muertos no regresan».

—«Todos menos tú, hermano…».

«Silencio, Ferrus. Estás muerto».

—«¿Lo estoy? Abre los ojos y mírame, Vulkan. Despójate de la máscara, a no ser que temas las mentiras que bajo ella se encuentran».

—Cumpliremos con su voluntad —murmuró Rawt, el más viejo.

Él no era un fanático. Creía, pero de una forma fría y sin pasión.



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