Todos estábamos a la espera by Álvaro Cepeda Samudio

Todos estábamos a la espera by Álvaro Cepeda Samudio

autor:Álvaro Cepeda Samudio [Cepeda Samudio, Álvaro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1954-01-01T00:00:00+00:00


“It may be that there is no place for any of us. Except we know there is, somewhere; and if we found it, but live there only a moment, we can count ourselves blessed…”

TRUMAN CAPOTE (The Grass Harp)

Jumper Jigger

Jumper Jigger había comenzado a bailar nuevamente sobre el rectángulo negro que vibra al final de la regla de pino. El taptap-tap-tapin de sus pies desarticulados se elevaba por encima de todos los sonidos y nos mantenía atados al desgonzamiento de su danza. Ninguno de nosotros estaba mirando a Jumper Jigger. Estábamos demasiado acostumbrados a él, demasiado acostumbrados a su baile: siempre igual, siempre distinto. Y aunque nadie, ninguno de nosotros, podía decir que le interesaban los bailes de Jumper Jigger, éste era el sonido que juntaba nuestras soledades, diluyendo los cuerpos y uniéndolos unos a otros con su repetido tap-tap-tap-tapin. Y tampoco ninguno de nosotros había puesto nunca a bailar a Jumper Jigger. Se pasaba el tiempo desgonzado sobre su tablerito negro, sostenido por la flexible varilla vegetal que le salía del centro de la espalda y que era tan largo como la regla de pino al final de la cual vibraba el brillante tablerito negro. De alguna manera sabíamos que él no bailaría lo mismo para nosotros. Para ninguno de nosotros. Ni siquiera para el Mexicano con sus ojos llenos de cadáveres y los oídos sonoros de combates en Normandía y su espeso silencio, tan parecido al del hombre que siempre hacía bailar a Jumper Jigger, y sobre todo tan parecido al del propio Jumper Jigger. O tal vez era porque Skip nunca llegaba en las tardes. Pero era que nosotros no podíamos decir el tiempo ni la estación cuando Skip llegaría y Jumper Jigger comenzaría a bailar. Porque el tiempo había dejado de ser medido y una sola estación había comenzado dentro de las paredes aun antes de que Skip naciera, aun antes de que Jumper Jigger hubiera sido comprado en Georgia, mucho antes también de que el Mexicano hubiera comenzado a disparar su ametralladora en Normandía y el taptap-tap-tapin de los pies desarticulados de Jumper Jigger y el tap-tap-tap-tapin de los miembros desarticulados sobre Normandía se hubieran convertido en un mismo tap-tap-tap-tapin.

Alguna vez se habían congelado los engranajes del reloj redondo pegado a las paredes, sostenido allí únicamente por el gran vertical rojo que se había estacionado tres puntos redondos y negros antes de llegar al trazo recto y negro que iniciaba un número. Y cuando entró con sus libros limpios, olorosos a papel nuevo, sus pantalones azules y su grueso saco marinero, y sacudiendo la nieve que comenzaba a derretirse entre el laberinto de cabellos amarillos y los pliegues de una pañoleta multicolor, había preguntado la hora: alguien le dijo: “Las dos y diecisiete”.

En un aula, el calor salía uniforme como de un gran acordeón petrificado y en un corredor repetido de grandes acordeones petrificados los relojes hacían pasar a intervalos mecánicos un largo vertical rojo sobre los trazos negros y los puntos negros y los gruesos horizontales negros.



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