Soy quien soy (Serie Identidades ocultas 1) by Carmen Alemany

Soy quien soy (Serie Identidades ocultas 1) by Carmen Alemany

autor:Carmen Alemany
La lengua: eng
Format: epub
Tags: eTerciopelo, vampiros, Leo eTerciopelo, Novela romántica, Amor, Sentimientos, Vienaas, París
editor: Roca Editorial de Libros
publicado: 2021-04-09T00:00:00+00:00


17

«¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí?».

Poco a poco fue saliendo de la reconfortante oscuridad y recuperando la conciencia. El recuerdo de todo lo sucedido la hizo temblar de dolor. A pesar de que sus heridas se encontraban en fase de curación la agonía era espantosa. Cada jornada al llegar el atardecer sucedía lo mismo. Y cada día sentía más miedo a las sombras de la noche que al propio día. Su cuerpo se quemaba una y otra vez y no podía encontrar consuelo hasta que el sol se escondía. Pero con la oscuridad la angustia y el miedo regresaban puntualmente a la misma hora. Tiró con fuerza de las cadenas que la sujetaban de pies y manos sin ningún éxito. Tenía que seguir allí hasta que él quisiera.

«Oh, no… ya viene. Puedo oír sus pasos. ¡Alix! ¡Alix, por favor escúchame! ¡ESCÚCHAME POR FAVOR!».

—Hostia, tío, cada vez es más repugnante.

—La verdad es que es una lástima, era preciosa.

—Quizá deberíamos acabar con ella de una vez por todas.

Dos individuos con las cabezas tapadas por capuchas, vestidos de negro y con botas militares por encima de los pantalones, se aproximaron a Salomé. Al agacharse a su lado, uno de ellos rozó sin querer uno de sus brazos haciendo que ella se removiese de dolor.

—Vaya, vaya, cada vez te resulta más difícil regenerar la piel ¿verdad? —El hombre abrió una mochila y sacó de ella una bolsa de sangre—. No te preocupes, hoy estás de suerte, te traigo un reconstituyente.

—Por favor no lo hagas, acaba con esto de una vez —balbuceó Salomé.

—Ya me gustaría, preciosa. Pero las órdenes son órdenes y tú has tenido la mala suerte de ser única. ¡Bebe! —ordenó mientras acercaba el extremo de la vía lleno de sangre a su boca.

Salomé intentó controlar su sed y apretó con fuerza los labios. Prefería morir a volver a soportar el dolor de su piel al quemarse. O peor, el dolor al sentirla intentar recuperarse y, sin embargo, arder una y otra vez.

—¡Vamos, colega, acaba con esto! No me gusta estar aquí —dijo el segundo hombre sujetando a Salomé por la barbilla y obligándola a abrir la boca.

—Vamos, pequeña, así podrás disfrutar de un día más. —Rozó la curva de su mandíbula al acercar de nuevo la bolsa de hospital—. A lo mejor vengo a verte a mediodía y te traigo un regalito.

Salomé abrió los ojos sorprendida. Los primeros días habían ido a visitarla a menudo, e incluso le proporcionaban alimento y sangre con frecuencia, pero pronto programaron las visitas solo por la noche y, con el paso de los días, cada vez le administraban menos dosis. Suponía que el espectáculo era demasiado desagradable incluso para aquellos psicópatas. Por eso le sorprendió el comentario. ¿Volvían al principio? ¿Cuánto más pretendían demorar esa tortura?

—¿Por qué hacéis esto?

El hombre aprovechó para introducir el tubo en su boca y ella empezó a succionar.

—Pura curiosidad. —Apartó el pelo que caía sobre su frente—. Queremos saber cuánto es capaz de soportar un inmortal y sorprendentemente tú has sido un buen experimento.



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