Sé quién la mató by Oriol Ordal

Sé quién la mató by Oriol Ordal

autor:Oriol Ordal [Ordal, Oriol]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2023-06-15T00:00:00+00:00


57

Magda

Lunes, 23 de octubre de 2017

En realidad, es un farol. No me he acordado de activar la aplicación de grabación de audio en el móvil, pero Gabriel Casas no tiene por qué saberlo. Sus ojos están inyectados en sangre y las aletas de la nariz abiertas.

—De acuerdo, usted gana. Le contaré cómo fue mi encuentro con Natalia Rius. A cambio, no quiero volver a verla nunca más.

—Ni yo a usted —digo harta de sus desprecios. De la tensión, cierro los puños y arrugo sin querer los folios que sujeto—. Si sospecho que miente, ya sabe las co-consecuencias.

Jorge me contempla con el rostro compungido. Si no fuese porque su labio inferior tiembla, lo confundiría con una estatua.

El empresario agacha la cabeza y comienza a hablar con la vista fija en un punto de su escritorio.

—Fue la tarde del 12 de julio de 1994. En esa época, por las tardes iba al despacho que César tenía en las oficinas de la calle Mallorca. Cuando no quedaba ningún trabajador, yo subía de incógnito y él me enseñaba a dirigir su empresa. Quería delegar en mí parte del inmenso trabajo que suponía gestionar tantos hoteles. Necesitaba a alguien de confianza, y a su mujer no la veía capacitada.

—¿Usted no pintaba cuadros? —Apoyo el resumen sobre el muslo y lo aliso con la mano.

—Sí, pero nunca pude vivir de ello. Ventas hacía pocas. Las obras que ve colgadas son todas mías.

—Con lo feas que son, no me extraña que nadie las comprara.

Jorge sufre un repentino ataque de tos, y Gabriel Casas clava sus ojos en los míos con los labios tensionados. Transcurridos unos segundos, aparta la mirada y continúa con sus explicaciones.

—Después de la clase diaria, César me llevaba a una sala anexa a su despacho habilitada como zona de relax y camuflada por un mueble con las estanterías llenas de trofeos. Era tan pequeña que dentro solo había espacio para una cama individual, una maleta de mano, un minibar y una cadena de música.

—¿Qué hacían en esa sala? —No tengo claro el sentido de meterse en ese zulo teniendo toda la oficina para ellos solos.

El hombre posa la vista en el anillo de su mano derecha y empieza a darle vueltas.

—Solíamos tomar unos gin-tonics. Luego, él me besaba y hacíamos el amor. Hasta que, esa tarde, un grito nos sobresaltó estando en la cama.

—Natalia —pronuncia mi amigo.

Gabriel Casas asiente a cámara lenta.

—César cerraba con llave la puerta de cristal que daba acceso a las oficinas, de modo que dejábamos abierta la sala de relax. Él era el único que tenía llave, junto con el director adjunto; o eso creía.

—¡Ella hizo una copia en secreto para espiarlo! —exclamo tapándome la boca con las manos.

El empresario vuelve a asentir.

—Le debió de parecer raro que su marido trabajara siempre hasta tan tarde y rechazase su compañía con la excusa de que lo distraía de sus tareas.

—¿Qué pasó cuando Natalia los pilló desnudos? —Estoy ansiosa por saber los detalles.

Me mira con gesto afligido, cada vez más hundido en la silla.



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