Ruta Tannenbaum by Miljenko Jergović

Ruta Tannenbaum by Miljenko Jergović

autor:Miljenko Jergović [Jergović, Miljenko]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2014-11-14T16:00:00+00:00


He aquí lo que le diría a fray Ambroz, pero teme que el fraile la maldiga, y por eso no se lo dice ni a sí misma como suele hacer con las otras cosas, ni piensa en ello como piensa en lo demás, sino que, palabra por palabra, con largos y penosos intervalos, diez pasos entre palabra y palabra llenos de dolor de cabeza y un pánico terrible, Amalija Morinj ensarta su súplica ante Dios, a pesar de que ya sabe que será rechazada.

Pero en esos días, en los primeros días de la primavera de 1938, mientras Zagreb despertaba del letargo invernal y así, blanco y límpido, se aclaraba surgiendo de la niebla matutina; mientras en los bordes del cielo, allí al este y al sur, amanecía con aquel extraño color cobrizo que no hay en otras ciudades y otros lugares, y que de repente recuerda al observador que desde allí avanzaban antaño las poderosas tropas turcas, y que el resplandor cobrizo del cielo es quizá su legado; mientras la ciudad comenzaba su nuevo ciclo vital, metódico y ordenado como una colmena; mientras los banqueros en sus bancos robaban al pueblo croata y los zapateros en sus talleres arreglaban los zapatos agujereados, Amalija pensaba solo en una cosa. Este pensamiento suyo era piadoso y puro, aunque tenía más que ver con la niña que con Dios.

Mientras ella se descarriaba así por Zagreb, perdida como solo pueden perderse los que le son fieles a Dios, su marido, Radoslav Morinj, dividía su vida en dos partes. La primera la vivía en Zagreb, entre personas que le eran cercanas, y más triste que un alma en pena, y la otra la vivía en Novska, entre trenes, y colmado de sosiego y de esa profunda paz del alma por la que se distingue a los verdaderos afligidos del resto de los hombres.

Después de llegar de Zagreb, siempre llora uno o dos días. Las lágrimas le corren por las mejillas mientras dirige a los maquinistas en las locomotoras hacia uno u otro lado, les hace señas con las manos como un náufrago a un barco, y, cuando le preguntan por qué llora, Radoslav dice que le ha dado un pasmo por las corrientes de aire y que, ya desde que era pequeño y vivía en su Zelenika natal, sufría este mal. En Boka Kotorska las corrientes de aire eran algo común, y los ojos le escocían y lagrimeaban sin cesar. La mitad de su bahía se había llenado con lágrimas lloradas. Así lo explicaba, y la gente se lo creía o no, pues, en realidad, les daba igual, porque hacía ya tiempo que en Novska no tenía a nadie que se preocupara por él más de lo que se preocuparía por un forastero.

Y así solía ponerse al lado de un tren a punto de salir y reflexionaba sobre lo que ocurriría si se tirara bajo las ruedas. Lo podría hacer de forma que pareciera un accidente y que nadie sospechara que se había suicidado. Llenarían un saco de yute de los que se usan para el café con sus restos y los enviarían a Zagreb.



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