Pyongyang by Hernán Vanoli

Pyongyang by Hernán Vanoli

autor:Hernán Vanoli [Vanoli, Hernán]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2016-12-31T16:00:00+00:00


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Una semana más tarde Alejandra tuvo que ir a un grupo sobre geles de lavado que contribuían a fortalecer los colores primarios en la ropa. El target eran mujeres de un nivel socioeconómico superior al suyo; señoras bien asentadas, con dos mucamas permanentes en su casa, niñeras cuando les tocó ser madres, salidas los miércoles a restaurantes ubicados en las terrazas de los hoteles de moda, un desfile interminable de perfumes en los estantes de sus espejados baños en suite. Alejandra, por su parte, había abandonado las tareas de reclutamiento. Ahora se conformaba con que la dejasen participar de los estudios. Y además de eso, en este caso, la dejaban llevar a Alelí. Alejandra estaba segura de que Alelí había percibido el embarazo —en eso, los bebés son como los perros, lo sienten—, y la bebé también había desarrollado una particular aversión por Selva, pese a que Selva le había hecho un ratón con globos de color azul para congraciarse, un poco más cariñosa desde que el Centro de Fertilidad se había hecho cargo de su sueldo por trabajar en el departamento todos los días de la semana, una batalla perdida que Alejandra ni se había permitido dar porque realmente necesitaba de su ayuda, no quería recurrir a su madre hasta que el embarazo estuviese avanzado, los tres meses de prudencia que recomienda la costumbre. Con Selva mantenían una guerra fría que incluía llave en su habitación la mayor parte de la tarde, y un intercambio de palabras reducido al mínimo. Selva era una traficante de personas. Alejandra nunca iba a olvidar que ella y Damián hubiesen estado dispuestos a separarla de Alelí.

Como en casi todos los estudios de mercado que requieren sujetos provenientes de las clases privilegiadas, el premio por participar en el grupo era dinero en efectivo. Para ganar la buena fe de las asistentes, había sido entregado con antelación en un sobre estampado con tulipanes. Veinte minutos después del inicio de las charlas de precalentamiento Alejandra había corroborado que muchas de las presentes vivían en barrios cerrados en la zona norte, tenían cocinera y visitaban el centro de la ciudad en raras ocasiones. Sólo una no tenía hijos, era la mayor de todas y usaba un perfume cítrico que no pegaba bien con su campera de cuero llena de cierres y su aire intelectual. Nadie se había animado a preguntarle por qué había decidido no ser madre, pero al presentarse había generado un silencio que Alejandra se sintió compelida a interrumpir con una broma sobre su propia inseguridad ante sus futuros trillizos.

A lo largo de la conversación coordinada por un chico joven de dicción nerviosa y barba desprolija, Alejandra dedujo que sólo dos de las participantes comprendían las etapas del funcionamiento de un lavarropas, y ni siquiera estaba claro si eran las decisoras de compra, ya que eran las mucamas quienes iban al supermercado o confeccionaban los pedidos por internet. Alejandra mintió que vivía en un piso sobre Avenida Libertador, pero que con su marido estaban por mudarse a un nuevo emprendimiento urbano en zona sur.



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