Por otra Edad Media by Jacques Le Goff

Por otra Edad Media by Jacques Le Goff

autor:Jacques Le Goff [Le Goff, Jacques]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1977-12-31T16:00:00+00:00


SAN MARCELO DE PARÍS Y EL DRAGÓN

Llegamos ahora a este milagro (mysterium) triunfal que, aunque cronológicamente sea el último, es el primero por la importancia sobrenatural (in virtute). Una matrona, noble por el origen pero vil por la reputación, mancillando con un malvado crimen el esplendor de su nacimiento, tras haber acabado, habiéndole sido quitada la luz, los días de su breve vida, se fue hacia la tumba acompañada de un vano cortejo. Apenas hubo sido enterrada cuando sucedió, tras los funerales, un suceso cuyo relato me llena de horror. He aquí que de la difunta nace un doble lamento. Para consumir su cadáver, una gigantesca serpiente empieza a venir asiduamente, y, para ser más claro, para esta mujer cuyos miembros el monstruo devoraba, fue el dragón mismo el que se convirtió en su sepultura. Así, estas exequias desgraciadas tuvieron por enterrador una serpiente, y tras la muerte el cadáver no pudo reposar en paz, porque aunque al final de la vida se le hubiera concedido un lugar donde tenderse, el castigo le imponía cambiar siempre. ¡Oh, suerte execrable y temible! La mujer que no había respetado en este mundo la integridad del matrimonio no mereció reposar en la tumba, porque la serpiente que, en vida, la había arrastrado al crimen, la atormentaba aún en su cadáver. Entonces, los miembros de su familia que vivían cerca, al oír este ruido corrieron a porfía y vieron un monstruo inmenso salir de la tumba desenrollando sus anillos y, arrastrándose con su gran masa, fustigar el aire con su cola. Aterrorizados por esta visión, las gentes abandonaron su morada. Puesto al corriente, san Marcelo comprendió que debía triunfar del sangriento enemigo. Reunió al pueblo de la ciudad y a su cabeza caminó; luego, habiendo dado orden a los ciudadanos de detenerse, pero permaneciendo siempre a la vista del pueblo, solo, con Cristo por guía, avanzó hacia el lugar del combate. Cuando la serpiente salió de la selva para ir a la tumba, marcharon al encuentro uno del otro. San Marcelo se puso a rezar y el monstruo, con la cabeza suplicante, fue a pedir su perdón, la cola acariciadora. Entonces, san Marcelo le golpeó tres veces la cabeza con su báculo, le pasó su estola en torno al cuello y manifestó su triunfo a los ojos de los ciudadanos. Así es cómo en este circo espiritual, con el pueblo por espectador, combatió solo con el dragón. El pueblo, tranquilizado, corrió hacia su obispo para ver a su enemigo cautivo. Entonces, con el obispo a la cabeza, durante casi tres millas, todos siguieron al monstruo dando gracias a Dios y celebrando los funerales del enemigo. Entonces, san Marcelo riñó al monstruo y le dijo: «De ahora en adelante, o quédate en el desierto u ocúltate en el agua». El monstruo desapareció pronto y no se volvieron a encontrar huellas de él nunca más. El escudo de la patria fue, pues, un solo sacerdote que, con su frágil báculo, domó al enemigo con más seguridad



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