La conquista del pan by Piotr Kropotkin

La conquista del pan by Piotr Kropotkin

autor:Piotr Kropotkin
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencias sociales
publicado: 1892-01-01T00:00:00+00:00


EL TRABAJO AGRADABLE

I

Cuando los socialistas afirman que una sociedad emancipada del capital sabría hacer agradable el trabajo y suprimiría todo servicio repugnante y malsano, se les ríen en la cara. Y sin embargo, hoy mismo pueden verse sorprendentes progresos en este sentido, y en todas partes donde se han producido tales progresos los patrones no hacen más que congratularse por la economía de fuerza así obtenida.

Es evidente que la fábrica podría hacerse tan sana y tan agradable como un laboratorio científico. Y que sería muy ventajoso hacerlo, no es menos evidente. Se trabaja mejor en una fábrica espaciosa y bien aireada, se aplican allí con mas facilidad las pequeñas mejoras, cada una de las cuales representa una economía de tiempo y de mano de obra. Y si la mayor parte de las fábricas continúan siendo los lugares infectos y malsanos que nosotros conocemos, es porque el trabajador no cuenta para nada en la organización de las fábricas, y porque el rasgo característico de ellas es el mas absurdo derroche de las fuerzas humanas.

Sin embargo, como raras excepciones, se encuentran, por aquí y por allá, algunas fábricas tan bien arregladas, que sería un verdadero placer trabajar en ellas si el trabajo no durase mas de cuatro o cinco horas diarias y si cada cual tuviese facilidad de variarlo según sus gustos.

Hay una fábrica —dedicada, desgraciadamente, a productos de guerra— que nada deja que desear con relación a la organización sanitaria e inteligente. Ocupa veinte hectáreas de terreno, quince de las cuales están con cubierta de vidrio. El suelo, de ladrillos refractarios, se ve tan limpio como el de una casita de minero; y una escuadra de operarios, que no hacen otra cosa, limpian esmeradamente la techumbre acristalada. Allí se forjan barras de acero hasta de veinte toneladas de peso, y estando a treinta pasos de un inmenso horno, cuyas llamas tienen una temperatura de más de 1000 grados, no se adivina su presencia sino cuando su inmensa boca deja escapar a un monstruo de acero. Y a este monstruo lo manejan sólo tres o cuatro trabajadores que abren, aquí o allá, un robinete, haciendo mover inmensas grúas por la presión del agua.

Se entra predispuesto a oír el ruido ensordecedor de los mazazos, y se descubre que no hay ninguna maza. Los inmensos cañones de cien toneladas y los ejes de los vapores trasatlánticos son forjados por la presión hidráulica, y el obrero se limita a hacer girar la llave de un robinete para comprimir el acero, prensándolo en vez de forjarlo, lo que da un metal mucho mas homogéneo, sin resquebrajaduras, cualquiera que sea el espesor de las piezas.

Uno espera oír chirridos infernales, y en cambio, se ven maquinas que cortan masas de acero de diez metros de longitud sin hacer mas ruido que el necesario para cortar un queso. Y cuando expresábamos nuestra admiración al ingeniero que nos acompañaba, éste nos respondía:

“¡Se trata de una simple cuestión de economía! Esta máquina que cepilla el acero lleva en servicio cuarenta y dos años.



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