Pimp by Iceberg Slim

Pimp by Iceberg Slim

autor:Iceberg Slim [Slim, Iceberg]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1967-01-01T05:00:00+00:00


Era la primera vez que lo escuchaba, así como el resto de la gente. Se pusieron a aullar y le pidieron que lo repitiera. Señaló con los ojos hacia el biombo chino de artesanía.

Todas las miradas se volvieron hacia Top y el Dulce que entraban en la habitación. Les escoltaba un negro viejo con un parche blanco de seda sobre el ojo derecho. La Niña iba escoltándole a él. Parecía un buitre maqueado con terno gris de mohair. La Niña se plantó tras el sofá de terciopelo blanco y enseñó los colmillos. Los tres chulos que estaban sentados ahí levantaron el vuelo como codornices ante una escopeta de dos cañones, rebotando de culo contra la alfombra. El Dulce, Top y la Niña tomaron asiento en el sofá.

Me senté en un almohadón de satén que había en un rincón junto a la puerta de cristal y me dispuse a ver el espectáculo. Vi que el Pirata se apalancaba detrás de la barra. Formaron entre todos un gran semicírculo alrededor del sofá, como si éste fuera el escenario y el Dulce la estrella. El Dulce habló:

—Y bien, ¿qué tal lo habéis pasado en la pelea, malandrines? ¿Pudo ese negrata cepillarse al pollo blanco, o acaso se cagó por la pata abajo?

Respondió con parsimonia una puta blanca del Sur, de cabeza anchota y con la voz melosa, imitando a la Mae West:

—Señó’ Jones, e’toy contenta de pode’ informarle que el negrata corrió al blanquito de vuelta al culo de su madre en el primé asalto.

Se rieron todos salvo el Dulce. Estaba golpeando sus mazas. Me preguntaba qué chaladura le estaría bullendo en el tarro mientras la observaba. Una cuarterona de culo respingón volvió a poner en marcha el fonógrafo. «Domingo sombrío», la favorita de los suicidas, sumió la sala en una atmósfera de funeral. Después el Dulce se apartó y se me quedó mirando.

—Está bien, cerdos degenerados —dijo—, el Pirata tiene banderillas y bolitas de veneno. Tenéis luz verde para daros matarile.

Empezaron a levantarse de sus almohadones satinados y de los grandes cojines de terciopelo y se fueron apiñando en la barra alrededor del Pirata.

La amarilla de culo respingón se me acercó, plantándose frente a mí. Tenía unas marcas negruzcas en la cara interna de los muslos. La boca abierta de su conejo era roja como un solomillo. En la mejilla derecha tenía la cicatriz de un tajo. Un canalón blancuzco que iba del pómulo hasta la comisura de su boca torcida. Tenía la cara sembrada de cráteres de viruela. Llegué a guipar el brillo del mango nacarado de una navaja automática que escondía en el escote. Los ojos grises centrifugaban en su jeta. Iba muy ciega.

Tuve cuidado. Sonreí de medio lado. El Dulce nos estaba guipando. Meneaba la cabeza con desagrado. Tenía dudas de si lo que esperaba de mí era que le partiera la boca de un puñetazo y luego me dejara meter la navaja en las tripas.

—Deja que te vea la chorrita, guapo —dijo ella.

—No voy enseñando la polla a zorras desconocidas —le dije—.



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